En una visita a Chihuahua el 21 de julio, Xóchitl Gálvez hizo su ya célebre afirmación que los trabajadores federales deberían pagar su propio seguro médico: no en 130 mil pesos al mes como ella, sino en una cantidad más módica, tipo 70 mil.
El comentario generó una avalancha de bien merecida sorna, por estar tan fuera de contacto con la realidad del país. Hizo surgir preguntas, además, acerca de sus negocios escondidos, dado que el monto de la prima por sí solo rebasa su salario de senadora. Y por si eso fuera poco, también se dijo preocupada por la antigüedad de su seguro, cuando fue su mismo partido, Acción Nacional (PAN) el que modificó la Ley Federal del Trabajo en 2012 para permitir el outsourcing y retirarles a millones de trabajadores el derecho a generar antigüedad en todo.
Es más, si los trabajadores federales en Xochilandia fueran a tener que contratar sus propios seguros, ¿eso quiere decir que el Frente Amplio —o como se llame de momento— pretendería eliminar al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE)? ¿Y, al mismo tiempo, al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS)? ¿O, como hicieron el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el PAN a lo largo de décadas, sangrarlos, sin asumir el costo político de matarlos por completo? Como sea, la suposición es clara: la sanidad médica se rige mejor con seguros privados que a través de un sistema público.
Afortunadamente, existe un gran laboratorio para poner a prueba tal suposición: Estados Unidos, país de 330 millones que, fuera de sendos programas públicos para los pobres, las personas mayores y los veteranos de sus muchas guerras, depende en su totalidad de los seguros privados. Y gracias a las reformas del gobierno de Barack Obama, los estadounidenses se encuentran obligados a comprar un seguro, so pena de incurrir en un castigo en su declaración de impuestos. Los resultados no son alentadores para los xochilistas. Aunque Estados Unidos gasta más en sanidad que cualquier otro país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), o sea, entre dos o cuatro veces más que Japón, Canadá y los países de Europa occidental, los resultados de tanto desembolso son remarcablemente pobres.
La esperanza de vida en Estados Unidos es tres años menor al promedio de la OCDE; sus tasas de muertes evitables, mortalidad infantil y materna son más altas; los estadounidenses son más obesos, tienen más condiciones crónicas, van menos al doctor y tienen estancias más cortas en los hospitales. Y, en parte por eso, se ubica entre los países que más suicidios acumulan. Mientras tanto, unos 27 millones de estadounidenses carecen de seguro médico por completo; otros 36 millones están “subasegurados”, es decir, con planes discontinuos o inadecuados. Para todos, el seguro médico es un tema de constante preocupación, haciendo que mucha gente permanezca en trabajos que odia por temor a perder su cobertura y terminar en la calle. Unos 100 millones cuentan con deudas médicas; esas deudas son una de las causas principales de las declaraciones de quiebra, con más de 500 mil casos al año.
La causa de esta lamentable situación no es tan difícil de entender: un sistema basado en seguros privados privilegia la ganancia por encima de la sanidad. Cada dólar que pasa por las aseguradoras —sus gastos administrativos, presupuestos de relaciones públicas, salarios de altos directivos— es un dólar que no se utiliza para cuidar a pacientes, construir hospitales y mejorar los cuidados. En efecto, las aseguradoras funcionan como parásitos, garantizando sus ingresos sin aportar nada al desarrollo del sistema sanitario en sí. Y eso lo hacen concibiendo maneras cada vez más ingeniosas para rechazar las reclamaciones de sus clientes. Porque tienen condiciones preexistentes. Porque no cuentan con suficiente antigüedad (la preocupación de Xóchitl). Porque no están de acuerdo con el diagnóstico del médico. Porque, sencillamente, su condición no figura entre la lista de padecimientos cubiertos, sentimos informarle. No hay nada más penoso que ver a gente enferma preguntando, suplicando, implorando a sus aseguradoras. En vano, como en una novela de Franz Kafka, sus burocracias toman decisiones de vida o muerte sin dar razones de nada.
En términos de sanidad, en resumen, el mercado —fetiche del panismo— no sólo crea un incentivo perverso para negar la cobertura, sino que es notoriamente ineficiente para distribuir recursos, servicios y tecnologías. En cambio, crea sociedades menos saludables y menos productivas, más precarias e innecesariamente crueles. Todo eso, sin embargo, ha de tener a Xóchitl Gálvez sin cuidado: 130 mil pesos al mes son suficientes para comprar una burbuja bien resistente, a prueba de los lamentos y sufrimientos de la gente de afuera.