Las elecciones por la gubernatura de dos entidades federativas serán celebradas este domingo 4 de junio. Los resultados que se desprendan de estos comicios serán determinantes en el tablero político nacional y tendrán un efecto significativo para las elecciones presidenciales del 2024.
En este análisis me centraré en un partido político en particular: el Revolucionario Institucional (PRI). Los resultados que estas elecciones tendrán sobre el tricolor como partido servirán para desprender efectos en el resto del tablero político nacional.
Tras su descalabro en el 2000, el PRI no supo recuperar su tan característica hegemonía del siglo XX. Sin embargo, dos malos sexenios del Partido Acción Nacional (PAN), aunados a una compra masiva de votos, le permitieron recuperar la presidencia de la república en 2012. Podría decirse que en términos de gubernaturas su apogeo durante el siglo XXI se dio en el 2015, cuando gobernaba 20 entidades federativas.
Entre los años 2000 y 2012, si bien el PRI ya no supo ser lo que era, sería incorrecto decir que perdió influencia o dejó de ser un actor clave en la política mexicana. Sin embargo, durante su gobierno de 2012 a 2018 múltiples casos de corrupción a su interior aumentaron su desprestigio. Y podría decirse que a partir de 2018, tras una derrota masiva en todos los aspectos, el tricolor comenzó su proceso de franca decadencia. Llega el día de hoy, en que cuenta con tres estados, un militante priista es gobernador en uno y dos están en juego en los próximos comicios.
En primera instancia se juegan el Estado de México, premio mayor en términos electorales y bastión del PRI, donde ha gobernado, bajo distintos nombres, por casi un siglo. Los efectos de los gobiernos del grupo Atlacomulco están presentes: es el segundo estado más productivo de la república y también una de las entidades con peor infraestructura del país, mayor pobreza y sobresaliente inseguridad.
Las distintas alianzas en el Estado de México dieron como resultado que sólo existan dos opciones: una de ellas la encabeza Alejandra del Moral, expresidenta del tricolor estatal, un producto del grupo Atlacomulco que tiene lazos estrechísimos con Arturo Montiel, Enrique Peña Nieto, etcétera… y que representa a su partido, el PRI, junto con los otros miembros de la alianza Va x México.
En la otra esquina figura Delfina Gómez Álvarez, una mujer formada en el sindicalismo de los trabajadores de la educación y cofundadora del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Fue candidata en los comicios pasados, en 2017, y obtuvo más votos que el PRI, pero no más que la alianza a la cual pertenecía entonces el Revolucionario Institucional. Hoy por hoy las encuestas la dan como favorita con márgenes considerables.
Perder el Estado de México sería catastrófico para el PRI no sólo por la cantidad de votos y recursos que representa el estado, que quintuplican los de Coahuila, sino también desde un punto de vista simbólico, pues el PRI del siglo XXI fue generalmente manejado por personas del grupo Atlacomulco. Sería apenas exagerar si decimos que el tricolor mexiquense fue el PRI nacional durante los últimos 20 años. La derrota sería, realmente, el principio del fin. Por esta razón el partido y sus aliados no dudan en gastar millonadas en campañas negativas y otros actos de dudosa moralidad y legalidad con tal de acercarse un poco más a la candidata morenista.
La otra entidad en disputa, Coahuila, presenta un panorama más positivo para el Revolucionario Institucional. Su candidato, Manolo Jiménez, encabeza cómodamente las encuestas. Esto se debe, principalmente, a dos factores que diferencian la contienda mexiquense de la del estado norteño.
En primer lugar, el actual gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme, se encuentra bien calificado por su población, por lo cual la idea de una alternancia resultaría menos necesaria ante los ojos de la población estatal en general. En segundo lugar, y principalmente, el voto se encuentra fragmentado porque Movimiento Ciudadano postuló un candidato por su cuenta y principalmente porque un hombre en principio proveniente de la 4T decidió lanzarse aparte por el Partido del Trabajo (PT), quebrando, así, por su ambición personal, una alianza muy productiva en lo que va del sexenio federal.
Las encuestas parecen indicar que el PRI perderá el Estado de México pero ganará Coahuila. Sería un duro golpe para el partido, pero algo que le garantizaría recursos por al menos seis años más. Mirando hacia las elecciones presidenciales de 2024, esto complica aún más el panorama para la oposición, pues la pérdida de un gobierno de casi 17 millones de habitantes, más del 10% de la población nacional, entre uno de los aliados que la conforman hace casi imposible una victoria presidencial que de por sí se antojaba muy complicada.
Hay un dicho que reza que no hay mal que dure 100 años. Sin embargo, el Partido Revolucionario Institucional, al menos en Coahuila y como partido a nivel nacional, durará más de un siglo. Claro que debemos recordar que en ocho años pasaron de tener 20 estados a gobernar sólo dos, cantidad equivalente a la de un partido considerado mediano, como Movimiento Ciudadano. Una franca decadencia, pero que contradice la sabiduría popular.