Este sábado 30 de marzo de 2024, Jorge Ramos, periodista conservador que la mayoría del tiempo parece fungir más como un funcionario de la embajada estadounidense que como comunicador, publicó en Reforma una columna llamada “El problema de Xóchitl”. En ella, recuerda su experiencia como el mexicano que alguna vez fue y que sufrió de las tropelías del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y después relata los problemas que brindaron los dos sexenios de panismo en la historia reciente de México. Lo que sugiere es que el problema de la oposición no es Xóchitl, sino los partidos que hay detrás de ella, y le propone distanciarse de sus estructuras para crecer en su intención de voto.
Ramos en parte tiene razón. Los partidos tradicionales de México han sufrido un desgaste considerable por sus malas gestiones. Ese problema se hace aún más grande cuando el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) suma antiguos y corruptos liderazgos que formaban parte de aquellas fuerzas políticas, lo que termina dañando aún más sus ya decadentes estructuras. Si bien la estrategia es efectiva a corto plazo, la considero realmente problemática.
Sin embargo, Ramos no ve o se niega a ver la otra cara de la moneda. Si, pese a los millones de pesos invertidos en su campaña, Xóchitl Gálvez no remonta se debe a que es una pésima candidata, por varios factores.
En primera instancia, recordemos que la caterva de pseudointelectuales y oligarcas opositores justificaron su designación como candidata porque era “fresca, entrona y tenía la capacidad de gustarle a los jóvenes”, adjetivos que suenan más adecuados a un vendedor de fragancias en Palacio de Hierro que a un aspirante a kefe de Estado. Pero bueno, la inflaron y decidieron que era la única persona capaz de hacer un buen papel en las elecciones. Meses después, el problema sería la unidimencionalización y exacerbación de estos rasgos. Pasó de ser una senadora ocurrente a una aspirante que dice puras ocurrencias. De ser alguien que de repente tiraba uno que otro chascarrillo a una broma que camina.
En segunda instancia, Xóchitl podrá presentarse como alguien “daltónico políticamente”, y no querer identificarse con Acción Nacional (PAN), su verdadero partido. Pero pese a sus esfuerzos por demostrarse como candidata “ciudadana”, lo cierto es que peca de los mismos males que cualquier político de su partido, ya que tiene diversos casos de corrupción y conflicto de intereses en su haber. También se trata de una empresaria que se enriqueció gracias a jugosos negocios tejidos al amparo y conducidos a través del poder público.
En un tercer momento, y es algo que revisa exhaustivamente Fabrizio Mejía en su columna “La doble lengua de X”, figura su nada disimulada demagogia. No tiene empacho en realizar una promesa en un acto en una colonia popular y, unos días después, prometer todo lo contrario en una reunión con empresarios. Esto, además de hacer gala de una desfachatez preocupante, mina su credibilidad por razones evidentes.
Xóchitl y sus asesores de imagen toman como inspiración la exitosa campaña de Vicente Fox en el año 2000. De lo que no se dan cuenta es de la inmensa diferencia del contexto en el que se desarrollan. Fox no ganó por ser un candidato ocurrente, sino porque para muchos parecía ser la única opción con chances de tumbar un régimen de 70 años. En estos momentos la gran mayoría de la población desea continuar con el proyecto de transformación, y por ello Xóchitl no levanta ni en las encuestas de Massive Caller que ella paga.
“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”, anotó un multicitado Marx. ¿Quién hubiera podido imaginar, hace apenas unos meses, que Fox terminó siendo la tragedia en esta ecuación? Porque Xóchitl, claramente, es la farsa.