Una voz entre las llamas

Columnas Plebeyas

La cosa es así. Te tienes que cuadrar. Es peligroso salirse de la doxa. Siempre representa una amenaza el que se sale de la doxa.

Se me ocurrió esto mientras caminaba, hace unos días, unas semanas, unos siglos, por las calles de mi ciudad, la ciudad de Roma. Me gusta ir a comer la pizza que hacen en un horno viejo en una plaza muy bonita, Campo de’ Fiori. Había una vez un mercado popular ahí que se ponía en la plaza, donde vendían fruta y verdura, jamón, carnes, quesos y pan. Sigue habiendo un mercado, pero los productos ahora los venden a los turistas a precios absurdos. Se ha vuelto así.

No pensé en esa frase por el mercado, es que me distraigo cuando hablo con ustedes. La pensé porque en el centro de la plaza hay una estatua hermosa de un hombre que en la segunda mitad del siglo XVI sostenía que el universo era infinito, defendía la multiplicidad de los mundos, el movimiento de la Tierra alrededor del Sol y no al contrario, y la no generación de las sustancias, porque no pueden ser otra cosa de lo que han sido ni serán otra cosa de lo que son.

El hombre se llamaba Giordano Bruno, filósofo y fraile dominico, y el 17 de febrero de 1600 fue llevado al Campo de’ Fiori, con la lengua traspasada por un clavo curvo en una mordaza para que no pudiera hablar, para que no pudiera pronunciar sus palabras blasfemas de hereje, para que no se escuchara más su voz. Fue desnudado, atado a un palo y quemado vivo.

Esta fue la decisión que tomó la congregación de los cardenales inquisidores.

Hay una estatua en Campo de’ Fiori, una estatua de Giordano Bruno, que mira en dirección al Vaticano, casi desafiando, más de cuatro siglos después, su prepotencia, su crueldad. Pensaba en todo esto mientras me comía mi pedazo de pizza. Se ha vuelto un ritual, cada vez que vuelvo a mi pueblo, pasar a saludar al hombre que estimo, que decidió no renunciar a sus ideas y a la libertad de expresarlas, incluso frente a la amenaza de la hoguera. Ya de vuelta en México vi unas imágenes que me conmovieron. Las vimos entre muchos. Mostraban a un soldado de la fuerza aérea de Estados Unidos que el 25 de febrero de 2024 se roció gasolina y se prendió fuego en protesta por el apoyo que su país y sus fuerzas armadas están dando al genocidio cometido por el Estado de Israel en contra del pueblo palestino en Gaza.

Mientras moría seguía gritando “Free Palestine!”. Me tocó el alma su gesto. Porque decidió colocarse en un lugar de enunciación extremo, total, absoluto. Sus palabras, pronunciadas frente a la cámara de su celular, en vivo, obligaron a todo el mundo a ver y a escuchar. Aaron Bushnell entendió perfectamente que la coherencia extrema de su gesto no admitía interpretaciones maniqueas. Lo intentaron los medios, los opinólogos, en mala fe. Pero todas las interpretaciones que disminuyen el gesto de Bushnell han sido barridas por la potencia de su realidad.

Por eso era tan importante que los inquisidores pusieran una mordaza a Giordano Bruno ese 17 de febrero de 1600: de otro modo, hubiéramos escuchado todos, a la distancia de los siglos, sus palabras de libertad. Sin embargo, nos queda el testimonio de lo que Giordano Bruno dijo unos días antes de arder en Campo de’ Fiori: Maiori forsan cum timore sententiam in me fertis quam ego accipiam. Frase que podríamos traducir así: Quizás tiemblan más ustedes al pronunciar esta sentencia en mi contra que yo al escucharla.

(Si me preguntan a mí, no sé nada del universo, ni de dios, ni del movimiento de los planetas, pero sí que la mordaza y la inquisición siguen queriendo quemar a los herejes en la hoguera, mientras que la lucha por la libertad de expresión es una empresa cotidiana. Y si les gustan las hogueras, pues que empiecen a cortar leña, que aquí nadie se calla).

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