Transformar la función pública

Columnas Plebeyas

Uno de los grandes problemas que vivimos la mayoría de los y las mexicanas es el exceso de burocracia. En menor o mayor medida, la burocracia facilita la corrupción, impide el ejercicio pleno de derechos y entorpece mecanismos para otorgar servicios e impartir justicia.  

En México existe un exceso de procedimientos, controles y ventanillas para ofrecer servicios gubernamentales. Esto, además, no necesariamente hace los procesos administrativos más transparentes, eficientes o con mejores resultados. Por el contrario, tantos pasos o “controles” incrementan la posibilidad de error y la espera de la población para la obtención de resultados positivos o de calidad.  

Muchos de estos controles son una respuesta a actos de corrupción, simulación, engaños o fraudes que se han vivido en muchas instituciones, pero la realidad es que el exceso de controles no ha evitado los actos de corrupción o mejorado los resultados finales. Lo que sí ha pasado es que han mejorado los mecanismos para el engaño o la simulación: mayores controles no necesariamente derivan en mayor transparencia, eficiencia o actuaciones éticas. 

La primera vez que fui a una oficina gubernamental a solicitar una constancia, me pareció increíble la cantidad de gente con la que tuve que pasar para que me dieran una hoja membretada y sellada, percibí un exceso de burocracia y un dispendio de recursos humanos innecesario. La semana pasada volví a ir a las mismas oficinas y la cosa en realidad no ha cambiado mucho; por el contrario, me encontré con servidores poco pacientes, funcionarios prepotentes y servidores públicos que no saben que la constitución otorga el derecho de petición y que ellos, al ser funcionariado, están en la obligación de dar atención y respuesta acordes con sus atribuciones. La forma de administrar las oficinas públicas no ha cambiado mucho; si bien es cierto que se han automatizado algunas cosas, el exceso burocrático, los malos modos y los procesos ineficientes siguen estando presentes en muchas instituciones.  

Recuero que uno de mis profesores de maestría contó una anécdota que vivió en Londres, donde él había propuesto supervisores para vigilar que se ejecutaran correctamente los recursos para un proyecto. Allá a la gente le sorprendió que en México se creyera que era necesario gastar dinero para que se vigilara a la gente a la que se le paga para que haga un trabajo, y si lo analizamos un poco encontramos que en México se invierte demasiado en supervisar que la gente haga lo que tiene que hacer. De igual manera se ocupa demasiado tiempo en documentar lo que se hace, se elaboran y firman demasiados papeles para reportar o justificar cada proceso, porque al parecer nadie confía en nadie. No estoy diciendo que hay que eliminar a los supervisores o a los sistemas de control, sino que, en aras de una transformación profunda, tendríamos que estarnos replanteando muchas cosas, como la forma en que se conducen la administración y la función públicas. 

El reto que tiene la cuarta transformación es hacer la administración pública diferente, sanear instituciones y hacerlas más eficientes. Si queremos transformar, tenemos que romper el paradigma del servicio público tradicional, reconstruir el ethos del servidor y servidora pública, promover el deseo de servir y no servirse, el trabajo eficiente, la optimización de procesos, tiempos y recursos. Otra forma de administrar la gobernanza es posible. 

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