Crónica del Día Nacional del Maíz en el Zócalo de la Ciudad de México
Era de madrugada, la noche entre el 28 y el 29 de septiembre. Mientras los integrantes del grupo operativo que se había creado semanas atrás velábamos con el proveedor en la plancha del Zócalo para verificar la buena instalación de los majestuosos fierros que darían vida al evento por los tres días siguientes, en los pueblos y comunidades de México se colgaban, como desde épocas prehispánicas en milpas, puertas y ventanas, las cruces de pericón, anunciando así la llegada de las buenas cosechas y celebrando a San Miguel Arcángel y su relación con la protección del diablo, así como su lejanía de nuestros hogares.
Con la protección de las flores de pericón y con una lluvia ligera que nos recuerda el fin de su temporada y el inicio de las cosechas, preparamos la llegada del Día Nacional del Maíz. Después de una noche en vela siendo testigos del levantamiento de las inmensas lonas que darían vida en el escenario a los huehues, que cobijarían la milpa y los talleres, y darían paso a tres días consecutivos de charlas y pláticas mientras se vende atoles, quesadillas, tlacoyos, tortillas de más de 200 compañeros productores, llegó el día. El primero en llegar fue el artista del tapete, acostumbrado a la noche en que nadie duerme en su natal Huamantla; a las 5:30 de la mañana, puntual, por mensaje de texto anunció que estaba listo para hacer latir en el corazón del país la alfombra monumental de maíz que había diseñado días atrás. Después de él, comenzaron a llegar los compañeros productores, acostumbrados también a que en el campo se empieza temprano; alegraron la mañana con el ofrecimiento de atole calientito que, a la luz (todavía) de la luna fría, con su vaporcito, se antojaba delicioso.
Con su paso, como con todo en este evento, se empezó a hacer milpa, mientras semillas rojas, azules, pintas, blancas y amarillas de Tlaxcala, Puebla, Milpa Alta, Xochimilco, Tlalpan, Oaxaca, Estado de México, se ofrendaban en la plancha del Zócalo, cerca de la entrada de 20 de noviembre, para la creación del maravilloso tapete. Las protagonistas del evento, las plantas de maíz, calabaza, chile y frijol, llegaban en camiones para tomar su lugar en su carpa ¡en pleno Zócalo!
Y así, llegó la inauguración, juntando en un solo templete, con una misma causa, a representantes de la sociedad civil, de gobiernos locales, del gobierno federal, quienes con mazorca en alto dijeron: “¡Sin maíz no hay país!”, y bajo el recubrimiento del arco de semillas que daba entrada desde la calle peatonal de Madero, cortaron el listón que dio la bienvenida a la soberanía alimentaria, a las semillas nativas y, en manos campesinas, a la agrobiodiversidad, a las campesinas y campesinos, pero también a los científicos con dimensión, a los servidores públicos que una vez más demostraron su compromiso con la patria, a los artistas solidarios; un listón que al mismo tiempo cierra la puerta a las transnacionales que lucran con nuestra salud, a las semillas transgénicas, a la privatización del campo mexicano, al glifosato.
Después de tres días sin descanso, con expresiones diversas de resistencia, de alegría, de fiesta, de aprendizaje, de soberanía, de posicionamientos políticos, de tensiones y de consensos, de respeto y de reconocimiento a quienes han abierto brecha en este largo caminar, a la caída del sol de la última jornada se decidió en colectivo que la mejor forma de conservar el tapete, así como los 500 kilos de semillas que tenía en su interior, era sembrándolo, así que en cientos de bolsitas de papel estraza que resultaron insuficientes para las bolsas y mochilas que recogían el grano por montones, se deshizo.
Y, con un paso cansado pero contento, de regreso al templete para ver la clausura escuché a un niño que decía: “Entonces, ¿qué es milpa?”, y yo, con la sonrisa en la boca mientras escuchaba a lo lejos cómo su papá le contestaba, confirmé con la sinfónica de fondo que todo había valido la pena.