Pobreza laboral: brechas regionales y de género

Columnas Plebeyas

Hace unos días se dio a conocer el informe sobre pobreza laboral que realiza el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), a partir de los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Sin embargo, la cobertura noticiosa no le hizo justicia a la relevancia de los resultados.

Veamos primero el lado positivo. De acuerdo al análisis, el 38.5 por ciento de las personas se consideraba en situación de pobreza laboral en el último trimestre de 2022. La pobreza laboral indica la situación en que los ingresos por trabajo no son suficientes para comprar una canasta mínima de alimentos. Este nivel de pobreza es 5 por ciento inferior al nivel del cuarto trimestre de 2021. Cabe destacar además que este indicador presentaba una tendencia a la baja desde 2016, pero se deterioró de forma importante con la pandemia, cuando hasta el 46 por ciento de la población no pudo comprar la canasta básica alimentaria.

Por otro lado, en el negativo, debemos señalar que los avances en el promedio contienen una alta dosis de desigualdad regional y de género.

Al analizar la geografía nacional, resulta que los cinco estados con menor población en pobreza laboral son, Baja California Sur (15.8 por ciento), Baja California (19.8 por ciento), Chihuahua (22.6 por ciento), Coahuila (23.2 por ciento) y Nuevo León (23.8 ciento). Por otro lado, los cinco estas con mayor población en pobreza laboral son Veracruz (50.9 por ciento), Zacatecas (53.1 por ciento), Oaxaca (64.8 por ciento), Guerrero (64.8 por ciento) y Chiapas (68.8 por ciento).

Destaca también que las mayores reducciones en la pobreza laboral ocurrieron en la Ciudad de México (16 por ciento en un año), Quintana Roo (15 por ciento), Coahuila (14 por ciento) y Puebla, Chihuahua e Hidalgo (igualadas en un 13 por ciento). En el otro extremo están Colima y Aguascalientes, donde la pobreza laboral aumentó 14 por ciento en un año;  y Zacatecas, con un incremento de 21 por ciento.

Por otro lado, el informe del Coneval también es revelador en relación a la situación del ingreso laboral de las mujeres y de los hogares que son encabezados por una mujer —de acuerdo con el último censo, uno de cada tres hogares tiene una jefa de hogar.

El 43 por ciento de las personas que viven en hogares encabezados por mujeres experimentan pobreza laboral, contrastando con lo que ocurre cuando la jefatura de hogar la tiene un hombre, con una pobreza laboral de 36.6 por ciento. Esto es reflejo del hecho de que el ingreso laboral mensual para los hogares encabezados por una mujer es de 2 mil 640 pesos, comparados con los 2 mil 953 pesos mensuales para hogares encabezados por hombres.

Más aún, el 16.3 por ciento de las mujeres que trabajan no puede cubrir sus necesidades básicas de alimentación, contra sólo el 10.3 por ciento de los hombres que trabajan y que están en la misma situación.

El indicador de pobreza laboral es importante porque permite dar un seguimiento oportuno del poder adquisitivo del ingreso con una periodicidad mayor a las encuestas de ingresos y gastos de los hogares que se levantan cada dos años. Además, nos permite tener una imagen de la situación económica en lo hogares, que no depende de las transferencias y subsidios de los gobiernos.

Omitir las disparidades mencionadas equivale a justificarlas. Y no es posible concebir una idea de progreso que justifique que se mantengan las desventajas históricas en el desarrollo regional o que valide la desigualdad en los ingresos entre mujeres y hombres, a la vez que persisten la discriminación en el trabajo y la inequidad en el reparto de los trabajos del hogar y de cuidados.

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