¿Hacer el amor con la política y hacer la política con amor?
“Amor con amor se paga”, dijo Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo de la Ciudad de México el dos de julio de 2018. El amor recorre las disertaciones del presidente; no es banal la frase “no mentir, no robar, no traicionar”, relacionada con la intención de una nueva manera de hacer política con el amor como la razón de fondo del gobierno y de la construcción de un espacio común. Un amor que implicaría sinceridad, reciprocidad, responsabilidad, cuidado, honestidad, bienestar, libertad. Desinteresado, potente, solidario, que busca el florecimiento y el bienestar.
El 15 de septiembre de 2023, en el grito de independencia, López Obrador gritaba: “¡que viva el amor!”. Más que una concepción moralista, creo que se trata de una visión ética del amor como política. El filósofo Enrique Dussel lo explicó como el sentido del amor por la justicia, por el otro, por los últimos, los débiles, los oprimidos. El dominador no tiene enemigos en la clase dominante, decía… también Andrés ha dicho que “la justicia es amor”, y habló de la república amorosa.
El amor, como dice Fromm, no es natural: se construye y requiere de disciplina, concentración, paciencia; y la derrota del narcisismo; entonces, más que un sentimiento, es una práctica.
Esta manera de concebir la política coincide en gran medida con los planteamientos feministas: la propuesta de derribar las prácticas patriarcales que han construido la idea del amor no como un amor ágape, sino como uno egoísta, deshonesto, propietario, manipulador, interesado y, en ese sentido, corrupto; un no amor, o un amor sólo por sí mismo, que ve al otro/otra/otre sólo para servirse y dominar. De ahí que el feminismo no divida la llamada “vida privada” de la pública, pues como política el patriarcado ha explotado material y simbólicamente a las mujeres.
La república amorosa de López Obrador tiene una dimensión social y plantea una grandeza espiritual que propone regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política. La necesidad de la revolución de las conciencias que tanto ha planteado para consolidar una verdadera transformación debe considerar las relaciones de género opresivas y las prácticas patriarcales que muchos de los dirigentes de izquierdas no ven o se niegan a abandonar. La honestidad, la justicia y el amor no pueden ni deben limitarse a la falsa idea dicotómica de “lo político” y “lo privado”, pues las injusticias, desigualdades, opresiones y abusos políticos se proyectan y viven en la cotidianidad de las mujeres y los sujetos subalternizados.
Sin duda, la llamada cuarta transformación tiene mucho trabajo por hacer. Entre sus pendientes se halla un contundente impulso para la transformación de conciencias, no como algo externo al movimiento, sino introspectivo y primordial, sobre todo en lo que respecta a la opresión de género. Para ello es necesario practicar el amor y la política de una manera diferente; ¿una manera feminista?