No digas M**x

Columnas Plebeyas

A pesar de que los beneficios materiales de las élites mundiales gozan de cabal salud, existen importantes sectores de la sociedad, incluidos algunos de la intelectualidad y la política, que viven en un constante pánico antisoviético setentero. Y a pesar de que han decretado que ya de nada sirve leer a Karl Marx, ya sea porque su obra les recuerda al peor de sus maestros de la universidad, o porque Shakira lo declaró inverosímil junto con Jean Paul Sartre en “No creo”, hay quienes por alguna razón no quieren que se estudie marxismo.

Algunos consideran que superar a Marx es necesario para evitar distracciones en el combate al enemigo último que impide la prosperidad de la humanidad: la desigualdad económica. Sin embargo, si efectivamente la preocupación principal de nuestro tiempo es la desigualdad, el análisis marxista nos permite ubicar al problema como efectivamente es, uno social, que afecta a amplios sectores de la sociedad, antes de convertirse en un fenómeno individual: como apunta Branko Milanović, para que mis ingresos sean bajos debe ocurrir que las mujeres sean discriminadas o que amplios grupos de la población no tengan acceso a salud y educación.

Desde la perspectiva del marxismo, no debería sorprender el carácter inequitativo de los resultados del neoliberalismo; y, por tanto, son poco útiles los lamentos y denuncias sobre la desigualdad que eligen mirar lejos de las contradicciones del capitalismo. Las crisis de 2008 y 2020 se fraguaron al calor de déficits democráticos mayúsculos, resultado de la disociación de la esfera económica de la política, consecuencia por diseño del sistema capitalista, que produce riqueza, a la vez que genera pobreza, deterioro ambiental y descontento social.

Estudiar y entender a Marx va más allá de verificar o no las conclusiones que se le desprenden sobre el fin del capitalismo y la tasa de ganancia. La virtud más grande de la praxis marxista es su utilidad para mostrar las contradicciones internas de la lógica neoliberal y a partir de ahí proponer una alternativa viable. Y la palabra viable es la clave. Ya Yanis Varoufakis invitó en 2008 a salvar el capitalismo existente para ganar tiempo y encontrar una mejor alternativa que no colapsara a la sociedad europea.

Más o menos por la misma época, en América Latina convivieron movimientos que alcanzaron el poder, canalizando los ya evidentes fracasos de la política neoliberal en Brasil, Argentina, Chile y Bolivia, entre otros países. Sin embargo, las crisis del neoliberalismo no condujeron a la caída del capitalismo y la alternancia política no transitó a un modelo sustancialmente distinto.

La izquierda socialista y la socialdemocracia enfatizaron el carácter injusto de los resultados del capitalismo sin ocuparse de sus contradicciones, dejando que lo que quedaba del neoliberalismo capitalizara la defensa de la libertad como última estrategia de sobrevivencia. Este fue un grave error, comprensible a la luz del marxismo, que considera como objetivo central “el libre desarrollo de cada uno” como “condición del libre desarrollo de todos”, contrario a lo que algunos creen que implican los llamados a la acción de Marx y Friedrich Engels. ¿No estamos hoy ante una disyuntiva similar en América Latina? ¿Los gobiernos de la nueva ola progresista en la región habrán aprendido la lección?

Para superar a Marx, los críticos del marxismo a veces arguyen el fracaso de interpretaciones marxistas llevadas a la práctica en fallidos regímenes políticos, como el estalinismo. Esto es como si se prohibiera leer a Einstein por las consecuencias devastadoras de los bombardeos atómicos o, como dice Varoufakis, como culpar al Nuevo Testamento por la Santa Inquisición. Otros argumentan contra la carencia de cientificidad en el marxismo, pero curiosamente no existe la misma preocupación por conceptos casi alquímicos, como la economía del trickle down. Sin embargo, el marxismo va y vuelve cada cierto tiempo, no por certeza de las predicciones que se desprenden de su teoría, sino por la vigencia del sistema contradictorio que visualizaron Marx y Engels desde mediados del siglo XIX y que niega a la mayoría la posibilidad de ser libre.

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