Hemos dado en aceptar que un sector extremo del neoliberalismo, el que postula la conveniencia de dejar el curso de la economía en manos de la clase propietaria sin mediación estatal, se describa con un adejtivo que ya nos era vagamente conocido: libertario. ¿Es precisa esa palabra? ¿No es el adjetivo con el que Carlos Puebla describe al brazo del Che en Hasta siempre? ¿Acaso creía que su brazo terminaba en la mano invisible del mercado? Evidentemente no. ¿Dónde radica entonces el equívoco?
Los libertarios dicen preocuparse sobre todo por la libertad individual, y yo convengo. Creo que libertario es quien defiende la capacidad de las personas de determinar individualemnte su propia actividad frente a toda fuerza exterior, y en particular frente a la autoridad estatal. Bien. Lo que no acepto es que se llamen “libertarios” quienes sueñan con una sociedad donde las autoridades defiendan con todos los medios una norma jurídica: la propiedad privada de las grandes empresas, por encima de la libertad individual. Por ejemplo, si una plantación mantiene a sus trabajadores sometidos por la fuerza o si una empresa obliga a sus empleados a sacrificar su libertad individual trabajando un número ilimitado de horas para poder vivir y además les prohíbe la libertad de organizarse, y si la fuerza pública ayuda al empresario a imponer esas normas, creo que sería justo llamar libertario a quien se oponga a ese estado de cosas, no a quien lo celebre. Si a los supuestos “libertarios” que se oponen a la legislación laboral les importa la libertad individual, es sólo la libertad individual del patrón, no la de sus empleados, y la liberad del amo, no la de sus esclavos. Dime de quién es la libertad que defiendes y te diré qué clase de libertario eres.
Otra diferencia interesante entre uno y otro tipo de libertario es lo que cada uno entiende por “autoridad estatal”. Yo entiendo que la palabra “Estado” designa al conjunto de personas capaz de sostener las leyes vigentes de una sociedad mediante la fuerza armada, es decir, la policía, el ejército, los custodios de la cárcel, etcétera. Ese aparato de violencia, separado de la sociedad pero considerado legítimo por la sociedad misma, no existe en todas las formaciones humanas: sólo aparece ahí donde los antagonismos sociales se han desarrollado hasta el punto de hacer que esta violencia sistemática sea necesaria y por lo tanto se considere legítima. La administración de bienes públicos (que existe desde mucho antes de la aparición de clases sociales y, por lo tanto, de las fuerzas armadas especiales) es una función accesoria del Estado, no una característica definitoria suya: ni todo Estado administra bienes públicos ni todos los bienes públicos son administrados por estados. Así pues, cuando el neoliberal con membrete de libertario dice buscar el “adelgazamiento del Estado” no suele referirse a la policía ni a las cárceles, sino a la propiedad pública de los hospitales, los medios de transporte, etcétera. Lo que quiere es que el Estado se reduzca a su función fundamental: la imposición forzosa de las relaciones de propiedad vigentes, pero no que esta función se “adelgace” ni menos que desaparezca. No es casualidad que el teórico de la desregulación económica, Milton Friedman, haya sido asesor de Augusto Pinochet, ese parangón de la autoridad estatal omnipresente. El programa de estas personas es el opuesto directo del de quienes, de un modo u otro, aspiramos a reorganizar la sociedad para resolver los antagonismos sociales y así conseguir un mundo donde la fuerza estatal deje de ser necesaria y termine por disolverse en la sociedad misma. Juzge el lector quiénes son los verdaderos libertarios.