La peste o el virus comunista

Columnas Plebeyas

“México está en peligro por un virus que se creía erradicado: el virus comunista”. Estas fueron las angustiantes palabras del presentador de noticias de Televisión Azteca, Javier Alatorre, quien años antes también nos dio a conocer el modus operandi del Chupacabras.

Anacronismo aparte. Pensemos un poco en lo que el vocero de Ricardo Salinas Pliego quiso decir. Sí, es evidente que tras la pandemia por COVID-19 la sola mención de la palabra enciende las alarmas, pero además de eso, ¿por qué la metáfora viral?

Una búsqueda rápida en internet nos arroja el siguiente resultado: “Un virus es un microorganismo infeccioso que no puede replicarse solo, sino que infecta a las células del organismo huésped para crear innumerables copias de sí mismo”.

Aquí nos desviaremos brevemente para hacer un poco de historia a propósito del virus y su capacidad conquistadora. Probablemente, fue esa característica la que inspiró al psicoanalista francés, Jacques Marie Emile Lacan, a confeccionar con algo de ironía esta suerte de mito inaugural sobre el psicoanálisis:

El célebre psiquiatra cuenta que fue el propio Carl Jung quien le contó que Sigmund Freud, en lo que fue su primer viaje a América con fines de divulgación, le dijo: “no saben que les traemos la peste”. Sin embargo, no existen documentos o archivos que respalden la historia de Lacan.

La historiadora y también psicoanalista, Elizabeth Roudinesco, consideró que en realidad se trata de un invento del francés, “una ficción -no obstante- más verdadera que la realidad”.

Cuando Lacan afirma que “la verdad tiene estructura de ficción”, dice que la verdad miente. La verdad no se dice, sino a medias. Por lo que lo más verdadero sería decir yo miento, aseveración verdadera, según el aforismo lacaniano. Luego entonces, ¿cuánta verdad en las ficciones del virus y la peste? Vayamos a la metáfora pestífera que sirvió para tildar a los adeptos del psicoanálisis de “infectados”.

La peste negra fue una pandemia que se extendió a millones en Eurasia en el siglo XIV, una conmoción social -además de crisis sanitaria- que fue atribuida injustamente al pueblo judío, presuntamente, por haber envenenado los pozos causando la catástrofe. En este orden de ideas, el mortífero psicoanálisis sería el causante del envenenamiento de millones de mentes.

Hasta la fecha, la teoría freudiana posee una importante cantidad de detractores en el mundo y su progreso ha encontrado no pocas resistencias en el camino.

El 10 de mayo de 1933, por citar un ejemplo de lo anterior, pocos meses después del ascenso de Hitler al poder, el Partido Nazi quemó miles de libros en las plazas de muchas universidades alemanas, argumentando “decadencia moral” y “bolchevismo cultural”. Entre los autores de los libros calcinados se encontraban, por supuesto, Sigmund Freud y el filósofo Karl Marx, sí, el luciferino autor de El Capital y el Manifiesto Comunista.

Pero ¿por qué estas obras y sus autores inspiran tales manifestaciones de repudio entre los sectores más conservadores de la sociedad? En 1965 el antropólogo Jean Paul Ricœur agrupó a Friedrich Nietzsche, Marx y Freud en un mismo espacio común: la sospecha. Cada uno, a su manera, cuestionó los valores de su época, subvirtió la noción clásica de sujeto burgués y terminó por causar una importante agitación cultural que, para infortunio de los guardianes del orden y de las buenas consciencias, perdura hasta nuestros días.

Ahora volvamos al tema de esta columna. El debate sobre la elaboración, publicación y distribución de los libros de texto gratuitos -portadores del virus comunista- ha revelado que detrás de las campañas político-jurídico-televisivas se ocultan enormes intereses económicos, claro está, pero además ideológicos. El dirigente nacional del PAN, Marko Cortés, instó a padres de familia a destruir el material educativo so pena del inminente “adoctrinamiento de los niños de preescolar, primaria y secundaria”.

Pero, y ellos lo saben, no se trata de los libros de texto gratuitos y me atrevo a decir que deben ser pocos quienes verdaderamente le temen al fantasma del comunismo. En realidad, lo que se está gestando es una batalla cultural porque es ahí donde se disputa el futuro.

Lo que sus ficciones enuncian, más allá de las palabras que usan, no es otra cosa que la desesperada reacción ante la derrota que anticipan. Ahora los mexicanos sospechan, reconocen la autenticidad de sus mentiras como si les fuesen devueltas a través de un espejo, contra sí mismas, absurdas e infinitamente repetidas.

El peligroso virus anunciado -sabemos- no es más que la sospecha de que algo no anda como nos lo han contado. Un punto sin retorno al que temen, naturalmente, porque los sitúa en el pasado.

Termino con una cita de Thomas Mann apropósito del psicoanálisis y la transformación:

“El saber psicoanalítico es algo que transforma el mundo. Con él ha venido una suspicacia serena, una sospecha que desenmascara, que descubre los escondites y los manejos del alma. Esa sospecha, una vez despertada, no puede volver a desaparecer nunca. Se infiltra en la vida, socava su tosca ingenuidad”.

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