Humanismo mexicano: Una reivindicación política

Columnas Plebeyas

Lo primero que vale la pena destacar es que el domingo 27 de noviembre vimos a un presidente entregándose a la gente en la calle –y a la gente entregándose a él–. El esfuerzo físico de pasar cinco horas con apretones, empujones y jalones no es menor. Incluso, en varias ocasiones le ofrecieron la posibilidad de subirse a un auto y no aceptó. No cabe duda de que Andrés Manuel López Obrador nos sigue sorprendiendo.

Un segundo elemento importante para el análisis es la cantidad de gente que asistió. Esta es la cuarta ocasión que AMLO saca a más de un millón de personas a la calle. Nadie en la historia de este país lo ha hecho.

El tercero punto es su aportación teórica: el humanismo mexicano. Esta corriente política que muy probablemente tendrá mucha relevancia durante las próximas décadas, se constituye en esta marcha, pero nace a partir de la fuerza política y social más importante de este país: el obradorismo.

Sobre este último punto, es interesante analizar varias aristas, empezando por una de sus aportaciones más importantes a la vida pública nacional: no al derrotismo. Si recordamos la historia del presidente, en específico después del fraude electoral de 2006, el presidente hacía asambleas de 15 o 20 personas nada más y aun así seguía adelante con la voluntad que lo caracteriza. Esta voluntad que él emana, debe ser la esencia del obradorismo como fuerza política.

Otro tema que merece analizarse es el amor al pueblo. El presidente cita al General Cárdenas:

Conocer el verdadero fondo moral de muchos servidores públicos al observar en sus semblantes el disgusto que les causaba la demanda de auxilio o de justicia de la gente pobre. Entonces, pienso más expresaba— en la tragedia interminable de nuestro propio pueblo.

Esto significa que, bajo los principios del humanismo mexicano, nunca un servidor público puede ser prepotente, nunca puede perder la cercanía, sencillez y conexión con la gente. El amor al pueblo no es demagogia, sino que se tiene que convertir en una práctica. El presidente habla de praxis cuando dice: “la política es pensamiento y acción.”

Ahora bien, analicemos su propuesta en dos partes. La primera, el humanismo, está fundado en la idea radical del amor al prójimo recuperado de la tradición cristiana, no desde la metafísica, sino desde la práctica individual. Es identificar a la persona de enfrente como una persona con dignidad, con derechos, que merece todo para vivir libre y feliz. AMLO encapsula estas ideas en su frase: “por el bien de todos, primero los pobres”.

La segunda, lo mexicano, proviene de un profundo conocimiento de la historia de nuestro país. AMLO recoge el pensamiento de personajes históricos mexicanos para dotar de contenido teórico su propuesta ideológica. Por ejemplo, López Obrador siempre recuerda que Hidalgo fue uno de los primeros revolucionarios que abolió la esclavitud; en México se abolió cincuenta años antes que en EE. UU. y muchas décadas antes que en Brasil. Por otro lado, retoma el planteamiento radical de Morelos sobre la igualdad social. Asimismo, pone énfasis en la libertad dentro de su propuesta –cuestión que no había estado en el centro del discurso de la izquierda mexicana–, pero para el presidente es indispensable, la defensa férrea de la libertad política, religiosa, de prensa, muy vinculada al pensamiento de los liberales del siglo XIX.

Entonces AMLO recupera de nuestra propia tradición política –lo cual es una novedad para las izquierdas tradicionales, quienes están más inspiradas en Marx o el Che Guevara– y decide voltear a la idiosincrasia mexicana. Nos otorga un paquete de ideas novedosas que no es igual a la izquierda tradicional. Incluso, a diferencia del nacionalismo revolucionario en el que, si bien hay un anclaje importante en su planteamiento para otros ejes, AMLO pone mucho peso a la democracia, eje en el que se acerca más bien al pensamiento maderista.

Una de las ventajas que deja esta propuesta ideológica es que, a diferencia del pensamiento tecnócrata que traía sus bases ideológicas de las universidades estadounidenses, él hace una propuesta popular y nacional que tiene origen en la tradición cultural de nuestro país. Esto a la gente le hace sentido común. 

En este momento histórico que acabamos de presenciar, López Obrador reivindica la política. Decía en su discurso que la política es un noble oficio de una alta jerarquía espiritual. La hipótesis que plantea es que, si alguien dedica su vida al bien común, le dará una paz interior y una tranquilidad en la consciencia que ayudará a estar bien consigo mismo y su comunidad. En este sentido, él siempre ha recuperado el principio de la política indígena de la idea del servicio donde incluso personas que son migrantes se regresan porque se les elige como autoridad comunitaria.

Esta reivindicación que hace de la política ha interpelado a mucha gente –incluyendo a muchos jóvenes– porque, contrapuesto a la imagen que se construyó de la política durante el neoliberalismo, donde se decía que era suciedad, corrupción, prepotencia, el presidente le da un nuevo significado en el que predomina el servicio y la solidaridad. Esto va más allá de quienes buscan cargos públicos, también trasciende a politizar a mucha gente que ahora quiere participar en su colonia o votar en las consultas populares. Esta politización es positiva para una democracia, pues, además de la participación, hoy incluso los conservadores salen a marchar para hacer política. Y esto es algo que debería alegrar a cualquier demócrata.

Por último, en términos prácticos es importante entender que el respaldo que tiene AMLO no se traslada en automático a Morena ni a nadie. Él representa un proyecto, pero eso no significa que nos podamos quedar inamovibles pensando que con su legado basta. En este sentido, el reto más grande dentro del movimiento es mantener la unidad. No hay cabida para ambiciones personales que atenten en contra de lo colectivo, porque todos nos tenemos que poner a la altura de las circunstancias. Existen otros retos importantes: la organización, la movilización y, una vez que se llegue a gobernar, hacerlo bien. Tenemos ejemplos de gobernantes que sí se inspiran en el humanismo mexicano en su ejercicio del poder. Por ejemplo, en la CDMX el gobierno de Claudia Sheinbaum con todas sus obras públicas y su manera de hacer política desde la honestidad; el de Clara Brugada a nivel alcaldía con las Utopías en Iztapalapa; el de Alfonso Durazo en Sonora con su plan de energía solar; Indira Vizcaíno en Colima que encontró el estado lleno de violencia y corrupción; Cuitláhuac García en Veracruz con un avance importante en la recuperación de la paz, entre muchos otros.

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