La mejor política industrial es la que sí existe (I)

Columnas Plebeyas

Retomo esta frase alguna vez regurgitada por Jaime Serra Puche, exsecretario de Economía de Carlos Salinas de Gortari, quien a su vez la copió del exministro de Industria del gobierno de Felipe González, en España, como epítome del neoliberalismo. El credo neoliberal, no el neoliberalismo realmente existente basado en la corrupción, reza que el Estado debe intervenir lo mínimo en la economía, si acaso para corregir “fallas de mercado” que generan problemas en la asignación eficiente de los recursos. Esta noción de eficiencia es muy particular, pues se refiere a que quienes más valoran un bien sean quienes lo obtengan, y el criterio para conocer esa preferencia es la disposición a pagar. Algunas fallas de mercado son el poder monopólico para fijar precios, asimetrías de información entre consumidores y productores, bienes públicos (cuando no hay rivalidad en el consumo y no es posible excluir a otros de que lo hagan), externalidades positivas (que generan más beneficios sociales que privados) y negativas (que generan más daños sociales que privados), mercados incompletos (cuando hay más demanda que oferta), entre otras. El corolario del neoliberalismo era “tener los precios correctos”, es decir, que no los distorsionara el Estado, salvo en casos extremadamente necesarios, mediante impuestos, subsidios, precios máximos, exenciones fiscales, cuotas a la importación y exportación, créditos a tasa preferencial otorgados por la banca de desarrollo, entre otros instrumentos.

No obstante, sin estos instrumentos difícilmente se podría explicar la industrialización de prácticamente todos los países, incluyendo la de México. Por tal motivo, una política de promoción activa de la industrialización por parte del Estado es lo contrario al neoliberalismo, pues lo que busca es manipular los precios de tal manera que los empresarios respondan invirtiendo en sectores que el Estado considera estratégicos y que de otra forma no lo harían, o cumpliendo cuotas de producción o exportación. Fue así como, mediante créditos y aranceles a la importación impuestos por Lucas Alamán, en 1835 se inauguró la primera fábrica industrial moderna de América Latina en Puebla, a orillas del río Atoyac para aprovechar su fuerza motriz en hacer hilos. Fruto del efecto demostración de esta fábrica se desarrollaría el clúster textil poblano. Otro ejemplo es la industria de autopartes, la cual se creó a partir de una serie de decretos de incremento de contenido nacional —sustitución de importaciones, para quienes les repatea el término—paradójicamente iniciados por Raúl Salinas Lozano. Esta industria no apareció a partir del tratado de libre comercio firmado por su hijo (como ha querido hacer creer la historia económica neoliberal), sino que fue un proceso que llevó décadas construir con cuotas a la importación, fomento a las exportaciones de ¡Luis Echeverría y José López Portillo!, y créditos blandos otorgados por Nacional Financiera para la adquisición de bienes de capital (máquinas que hacen máquinas, como diría Mariano Rajoy).

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