Diversos estudios de opinión marcan el ascenso de Lilly Téllez dentro del polo opositor. La más reciente encuesta de El Financiero la ubica con una preferencia de 15 puntos, tres por arriba de la priista Claudia Ruiz Massieu. Según el mismo documento, su consolidación como figura más notable de la oposición coincide con una tendencia a la baja en la intención de voto de este bloque, que entre diciembre y abril bajó cinco puntos para ubicarse en 34, muy lejos de los 54 que marca el oficialismo.
Téllez es la principal beneficiada de una oposición que no encuentra otro camino que el de la radicalización. Y es que la senadora se ha destacado como la mejor intérprete de un discurso cultivado en todo el frente opositor, pero que ella ha capitalizado de mejor manera. La ausencia de un programa y de liderazgos medianamente convincentes ha dejado al antiobradorismo como el único factor aglutinante de la oposición y en este registro la estridencia de Lilly Téllez resulta más atractiva que el tono de profesor de un Santiago Creel.
Es cierto que Téllez es la cara visible de una oposición en declive y que todavía está lejos de ser un perfil competitivo para la elección de 2024. Sin embargo, no hay que subestimar la emergencia de su liderazgo. El desplazamiento hacia posiciones más duras en la derecha mexicana va en sintonía con lo que hemos visto en otros países de la región, en donde figuras como Jair Bolsonaro en Brasil o Javier Milei en Argentina pasaron de ser invitados exóticos —y hasta un poco risibles— a convertirse en protagonistas electorales con gran incidencia en el espacio público.
En un evento en Aguascalientes celebrado el 5 de mayo Téllez le pidió al Partido Acción Nacional (PAN) dejar de sentir vergüenza por ser un partido de derecha y pidió abandonar los intentos por congraciarse con la “élite progresista”, para en cambio asumir una agenda orgullosamente conservadora. Todo parece indicar que la senadora apuesta por construir una derecha popular capaz de competir con el obradorismo ahí donde es más fuerte. Un experimento inédito en la historia reciente de nuestra democracia que habrá que ver si se consolida o queda como una anécdota más en el periplo opositor, luego del tsunami guinda de 2018.