Feminismos, debate y democracia

Columnas Plebeyas

En la historia de las ideas, ideologías y teorías políticas, el feminismo merece un lugar excepcional. Aunque a lo largo de su centenaria existencia es bien conocido que se trata de un pensamiento diverso y plural (como diversas y plurales somos las mujeres), a diferencia de otras doctrinas sus postulados se resisten al encasillamiento “tradicional” de las teorías políticas, porque son como un mundo a parte.

Al echar un vistazo a su trayectoria como teoría y como movimiento, encontramos caracterizaciones de sus diversas vertientes que pueden ser propias de la época, o bien, elaboradas a posteriori puesto que no necesariamente se expresaron en su momento. Con el paso del tiempo, las disputas se reinterpretan a la luz de su desenlace y pueden crearse nuevos conceptos, aunque no necesariamente se nombren explícitamente en su momento. Nada está escrito en piedra. Como ejemplo, pensemos en un hito fundacional del feminismo mexicano: el Primer Congreso Feminista de Yucatán, celebrado en 1916.

En la introducción de las memorias del encuentro, publicadas ese mismo año, se refirió a la existencia de las siguientes corrientes: “feminismo celibatorio, sufragismo, feminismo burgués y feminismo radical”. Ahí también se explicó que, aunque éstas eran las corrientes o vertientes del feminismo mundial, en el Primer Congreso la intención era forjar un feminismo “de acuerdo con el programa de la Revolución Social Mexicana”.

En contraste, las estudiosas de aquel encuentro, ya en el periodo actual, han caracterizado otras corrientes que no necesariamente se nombraron como tales durante el Primer Congreso, pero a la distancia nos ayudan a comprender discusiones, reflexiones y conclusiones. Nos dicen que ahí se expresaron feministas que pueden denominarse “maternalistas”, las cuales buscaban ensalzar el fenómeno de la maternidad; las “socialistas”, que seguían el programa revolucionario del gobernador; las “gradualistas”, que aseguraban que para alcanzar el voto debía avanzarse gradualmente, empezando por el nivel municipal hasta llegar al nacional; o las “censitarias”, quienes aseguraban que sólo debían votar las mujeres educadas, por mencionar algunas expresiones.

A pesar de ser un ejemplo lejano en el tiempo, me interesa destacar que las corrientes del feminismo se han manifestado abiertamente y en confrontación constante, y que por eso el fenómeno presente es una continuidad de esa genealogía de pluralidad. En los años 70, un periodo muy vigoroso para el pensamiento feminista, las confrontaciones por las diversas posturas del feminismo eran intensas y dieron pie a un abanico nutrido de ideas y cuestionamientos que marcaron otro hito en su historia. Sin embargo, era todavía un pensamiento y acción acotado a espacios académicos, intelectuales y urbanos.

En el presente, con su masificación inédita, las corrientes se ubican entre miles de feministas como etiquetas a las cuales adscribirse. Se autodenominan a sí mismas a partir de la etiqueta con la que concuerdan y se movilizan a partir de ello. La adscripción a una vertiente suele partir de reflexiones muy profundas sobre preguntas ontológicas, políticas, contextuales, autorreferenciales y, en su caso, académicas. En esta ecuación ahora incluso incide el márketing capitalista.

Un fenómeno del neofeminismo o feminismo masificado es que las militancias por primera vez en la historia no son marginales. La legitimidad inédita del feminismo en el marco global mundial implica que la disputa se erija sobre la posibilidad real de implantar un modelo con repercusiones en toda la población, de ejercer presupuestos, de triunfar en retóricas y causas, y de imponer agendas. No sólo eso: las disputas están marcadas por el modelo o utopía de sociedad futura, así como de la propia concepción de lo que implica ser mujer en un entorno de violencias inéditas e inauditas.

Se juega mucho en las disputas teóricas y políticas del feminismo contemporáneo. Por eso (y por la pasión de las mujeres) son intensas. Aunque se han dibujado confrontaciones irresolubles, bandos polarizados y causas diametralmente opuestas, hemos de aceptar que la disputa tiene como resultado un vertiginoso caudal de argumentos y conceptos que nutren un debate imparable. En una sociedad democrática como la que anhelamos, debatir debe ser sinónimo del paso previo para llegar a acuerdos, sin violencia.

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