Esta es la historia de una familia de tantas. No es extraordinaria

Columnas Plebeyas

1930. Francisco y Olimpia están casados. A Francisco lo comisionan para trabajar en Juchitán una temporada y ahí conoce a Hermila, quien resulta embarazada al cabo de unos meses. Se dice que fueron obligados a casarse por Gregorio, el padre de Hermila. Por supuesto que ni Hermila ni Gregorio sabían que Francisco ya estaba casado y con una hija.

1935. Francisco convence a Hermila de vivir en la Ciudad de México con la promesa de divorciarse de Olimpia y formar una familia con ella. Ya ha pasado tiempo y a Francisco y a Olimpia les nacieron dos hijas más. Hermila toma la decisión de regresar a Juchitán, en contra de la voluntad de Francisco, quien sabe que eso significaría no volver a ver a su único hijo varón. Gregorio, el orgulloso padre de Hermila, no lo permitiría. Se despiden en la estación de trenes y, misteriosamente, Hermila llega a Juchitán casi muerta por envenenamiento. Muere en los brazos de su padre.

Todo parece indicar que hasta este punto de la historia Francisco lleva por lo menos dos delitos cometidos: bigamia y feminicidio.

Francisco, una vez que Hermila muere, reclama a su hijo. Como la familia juchiteca se niega a entregarlo, lo secuestra y se lo lleva a vivir con él, sus tres hijas y su esposa a la Ciudad de México.

Tercer delito: secuestro.

1980. Francisco junior, casado con Consuelo y padre de cinco hijas, constantemente las golpea, retiene el dinero, miente, tiene los bienes de la familia a su nombre, decide en qué se puede gastar y en qué no. Se separa de Consuelo y a veces pasa pensión alimenticia, a veces no.

Violencia física, psicológica, económica y patrimonial. Cuatro delitos.

2000. Francisco, furioso porque le reclaman un dinero para pagar el dentista, apunta con una pistola a su hija de 20 años y la encierra por un par de horas. Ella llama a la policía, pero no llega nunca. Sale de esa casa para no volver.

Un delito más: intento de feminicidio.

En 70 años de historia de esta familia ninguno de los dos agresores fue a la cárcel. El único asomo de denuncia que hubo fue a la policía, que nunca llegó porque en esos años no llegaban cuando se trataba de “asuntos privados”. Los agresores murieron impunes, de muerte natural, en casa.

Si ustedes le preguntan a cualquiera de las mujeres afectadas por estos delitos —quienes, por cierto, ostentan en general estudios de maestría— por qué no denunciaron, van a contestar que no sabían que se podía. Y, en efecto, ¿quién denunciaba a su padre, o a su esposo, por las cosas que “todos hacían”? Nadie.

Esta es la historia de una familia de tantas. No es extraordinaria.

Si contáramos nuestros antecedentes familiares subrayando los delitos de violencia de género les juro que nadie se salva y la impunidad es la regla. Es más fácil lograr que una autoridad responda ante una denuncia de robo o de agresión por un desconocido a que actúe si quien me está robando dinero es un padre que no pasa pensión alimenticia (¿ya le podemos perder el miedo a llamarle robo?).

Es más facil que un juez determine que en efecto hubo violación si el que me violó no fue mi esposo. Es más probable que un fiscal lance una alerta de búsqueda de mis hijos si quienes los secuestran son otros y no su padre.

Y sí, también es menos dificil tomar el valor de denunciar a los agresores que no conocemos. Porque denunciar a tu padre o al amor de tu vida implica un dolor inenarrable.

Y sí, reconocer que nuestras familias están llenas de violencias es tremendo. Porque sucede en todas las familias, las que denuncian, las de los ministerios públicos, las de los jueces y fiscales, las de legisladores que cierran los ojos: Todas. Y muchas veces las autoridades, las comunidades, las familias, tus amistades y todo mundo tratan de evitar las denuncias por el miedo a romper a las familias. Porque duele y es complejo.

Y es complejo porque tu agresor es alguien a quien amas o amaste. Quien te ama o te amó.

Duele; sin embargo nuestras familias no necesitan romperse. Cuando sacas a un agresor de una comunidad no rompes la comunidad; al contrario, la sanas.

Acceder a la justicia no significa que se rompa nada, significa acabar con la corrupción. Pero claro, aceptar que la corrupción y la impunidad también están dentro de nuestras familias, duele.

Esta es la historia de una familia de tantas. No es extraordinaria.

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