La política es una escritura que se desarrolla en contradicción: en cada línea escrita por la izquierda hay una línea escrita por la derecha; y en cada línea de la derecha, una línea de la izquierda. Las tensiones, las luces y las sombras que genera el texto cruzado son lo interesante; una escritura sobre una página con textos antagónicos, cada pensamiento diferente y con una deriva que, sin embargo, depende del otro.
Por una vez, en estos días, y gracias a la apuesta por la senadora Xóchitl Gálvez, vemos que los derechistas escribieron algo más que insultos y negación de la 4T. La presencia de la parlamentaria en el escenario del 2024 se trata de una trampa obvia y fácil de rebatir, un lobo con piel de oveja, pero con ello escriben algo de su pensamiento y lo escriben sobre la misma hoja en la que se desarrolla la historia del país. Por una vez escuchan algo; escuchan, por ejemplo, que no queremos frivolidades al estilo peñanietista, escuchan que para buscar la presidencia deben asumir —aunque sea en la campaña— que existe el pueblo. Escuchan que amábamos el Tsuru; se buscaron una bicicleta y comenzaron a hablar un poco de los indígenas. ¡Bravo!
Más allá de que esto pudiera interpretarse como simple mercadotecnia, hay algo de su pensamiento, algo muy de ellos, muy opuesto a la 4T, y por lo tanto, algo que vale la pena leer. La propuesta de Gálvez, tal como la entiendo, se podría resumir así: “no existen corrientes de pensamiento, lo que existen son individuos”. Por ejemplo, cuando le preguntan por su grupo político, la panista dice que ella habla por ella y responde por ella. Esto es falso, su grupo piensa, pero es perfecto como argumento, es perfecto porque con ello habla el discurso mismo de la derecha, con ello hablan el individualismo y el odio a la política. Dice que los políticos corruptos están en todas partes: da lo mismo que ella esté junto a Diego Fernández de Cevallos si Andrés Manuel López Obrador está junto a Manuel Bartlett; con esto también disuelve los contrastes; articula algo de su voz derechista y endulza los oídos de quienes odian la tensión ideológica. Esto les encanta a quienes sueñan con una verdad última que se llama yo, un mundo de intereses “objetivos”, no de ideas. Un mundo en el que cada quien sea responsable de sí mismo. Las críticas a las que reacciona son las críticas a su persona, tal como nos enseñaron a defendernos en nuestras escuelas primarias: tú eres tú; o, como sostienen los psicólogos, tú eres responsable de lo tuyo.
Para terminar, Gálvez responde como mujer, las críticas que asume son las críticas a su persona, y esa persona es una mujer; de esta forma oculta otra vez los pensamientos políticos poniendo de manifiesto un pensamiento político. Propone que ella no representa al pensamiento neoliberal, que ella es una mujer responsable solamente de ella; y eso emociona, paradójicamente, porque —sabiéndolo o no— apunta a la misma idea neoliberal que sostiene su discurso: la idea del individuo.
Todo se resume a intereses particulares, dice la derecha, y eso está bien, más que tirarlo a la basura sin leerlo, creo que es una oportunidad perfecta para continuar escribiendo. Una persona, una mujer en bicicleta y risueña, por cuyo conducto —es obvio— habla otra cosa, muestra con ello la imposibilidad de su fantasía colectiva. Más que negar a Xóchitl, hay que leerla, leer la contradicción hasta conducirlos a la vergüenza; a la vergüenza de ese pensamiento tan acendrado en nuestras vidas, ese ideal presente en cualquier rincón imaginable de nuestra cultura: la ridícula impostura del yo autoengendrado.