Un país organizado

Columnas Plebeyas

Comidos por la curiosidad o llevados por la ociosidad, en febrero de 1936 el Centro Patronal de Monterrey, una de las organizaciones capitalistas más importantes del país, decidió medirle el agua a los camotes al general Lázaro Cárdenas. En concreto, decidieron irse a paro en un amague que ultimadamente tenía por fin saber qué tanto control tenía el presidente sobre la economía nacional y hasta dónde llegaría en la defensa de los nuevos derechos laborales. Su respuesta no se hizo esperar: cuenta Arnaldo Córdova que “aceptó el reto y se presentó de inmediato en la ciudad de Monterrey. Su respuesta no podía ser más contundente: sostuvo el derecho de los trabajadores a organizarse y a luchar por sus reivindicaciones, reafirmó el principio de intervencionismo estatal, rechazó como ilegal y provocadora la intervención de los patronos en las organizaciones obreras y, a la intimidación empresarial de que podían abandonar sus negocios, Cárdenas contestó con resolución que si querían lo hicieran, el Estado los sustituiría sin miramientos”. ¿Qué había en la osada mente de un personaje como este?

Cárdenas fue uno de los más importantes fundadores del Estado moderno mexicano porque recuperó la Revolución cuando la mayoría de los revolucionarios ya la habían olvidado o temían las consecuencias de realmente llevarla a cabo. ¿Y qué era esta Revolución original originalísima como la describía, picarón, Jesús Silva Herzog? 

Cárdenas abogaba por un proyecto nacional popular en el que todos los sectores sociales aportaran su parte; empresarios incluidos. Siempre los reconoció como parte necesaria. No era, pues, el diablo soviético; pero tampoco era como sus predecesores que, a pesar de haber emanado del mismo movimiento armado, seguían entendiendo al fenómeno político como un asunto de individuos y, por tanto, a la política como un privilegio de unos cuantos. Cárdenas soñó e implementó un proyecto de nación en el que todos los sectores encontraron la forma de ver por sus intereses, pero inmersos en un cuadro compartido que evitara la anarquía y el individualismo rampante en el que se basaba el recientemente superado porfirismo. Había que dejar atrás al gobierno que sólo vela por los intereses de unos cuantos para sustituirlo por otro que sirviera como franco depositario del interés general y, por tanto, como legítimo rector de la vida económica y social entre todos los sectores. 

Si hubiera que resumir en una palabra la forma en la que el cardenismo transformó al país habría que decir: organización. Cárdenas pudo contestar el amague capitalista en Monterrey porque sabía que tenía ya un sector obrero lo suficientemente organizado como para apoyar sus decisiones frente a las resistencias empresariales. La idea no era eliminarlos, sino sentarlos a negociar de tú a tú (aunque con el Estado por encima de todos ellos, por supuesto) con todos los que compartían el proyecto nacional y, sobre todo, con quienes históricamente fueron relegados de la toma de decisiones. Sin embargo, no puedes sentar a la masa completa y desordenada. Era fundamental constituir al sector obrero. Por eso hizo del Partido Nacional Revolucionario (PNR), luego Partido de la Revolución Mexicana (PRM), un partido de trabajadores: no porque fuera comunista, sino porque sabía que el proletariado debía lograr representatividad real para estar en condiciones de asociarse en el proyecto nacional. Las decisiones que emanaran de la confrontación de los sectores, gobernada por el nuevo Estado popular, terminarían por ser mejores que las que se tomaban egoístamente en beneficio de un pequeño conjunto de individuos.

Es decir, por si les suena: por el bien de todos, primero los pobres.  

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