Empatía

Columnas Plebeyas

Hay palabras que describen maravillosamente algún aspecto de la realidad. Y, sin embargo, eso no nos satisface y les exigimos también que normen, que dirijan, que regañen. La palabra empatía, por ejemplo, describe muy bien la tendencia de los individuos pertenecientes a especies animales gregarias a identificarse con otros individuos, especialmente con los genéticamente más próximos. Este rasgo existe. Es un hecho que no depende de la aprobación o desaprobación de los moralistas. Como las leyes de la termodinámica.

En la historia del homo sapiens, la empatía ha dado lugar a la sociedad, al Estado y a la política. Tanto a la política buena como a la política mala. Nos identificamos con el prójimo y consideramos “prójimo” a quien se parece a nosotros. No en vano nuestro prójimo se dice también “nuestro semejante”. Cuando nos enteramos de que uno de los nuestros está enfermo, intentamos curarlo, investigamos, descubrimos cosas, construimos hospitales. Eso es empatía. Cuando nos enteramos de que uno de los nuestros ha sido asesinado, nos indignamos y exigimos retribución. El muerto no fui yo, pero su muerte me duele como si hubiera sido la mía. Construimos cárceles, levantamos cadalsos, marchamos a la guerra y, en nombre del amor a nuestros semejantes, exterminamos a pueblos enteros, a los que consideramos menos “semejantes”. Eso también es empatía.

Aunque son los voceros de la política progresista quienes han adoptado la palabra empatía, en realidad es la política reaccionaria la que más apela a la empatía como sentimiento inmediato, irreflexivo. Basta analizar con un poco de sentido crítico la cobertura de prensa que se da a los distintos conflictos internacionales. Un pueblo bombardeado le duele más a la “opinión pública” mundial cuanto más se parece el color de piel de los muertos al de los dueños de las cadenas televisivas. Por mucho que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) haya declarado a Yemen una catástrofe humanitaria continua, nadie pone banderitas de Yemen en sus cuentas de Twitter.

La palabra solidaridad, en cambio, no describe un rasgo instintivo, sino una decisión política. Esta puede ser acertada o no, pero es una decisión consciente. Por eso, cuando llamemos a los humanos a cultivar la empatía en abstracto (que es como llamar a las plantas a cultivar la fotosíntesis), reflexionemos si no sería preferible llamarlos a cultivar la solidaridad en concreto con otros humanos específicos.

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