Desde lo personal: mafia inmobiliaria

Columnas Plebeyas

Una compañera de trabajo me dice: es que las mascotas son como nuestros hijos. No, le contesto. O sea, las mascotas son muy importantes y por supuesto que hay que tratarlas con dignidad, pero me parece que los hijos son otra cosa. Pero lo que yo digo —me plantea de vuelta— es que para mi generación son como los hijos porque no nos alcanza para tener hijos. Porque pues nunca nos va a alcanzar para comprar una casa ni nada. Y ya, soltó esa helada verdad y siguió tomando notas en su compu con su cappuccino venti.

A mí se me cayó el café.

Ella tiene treinta años; gana bien, pero tiene razón.

Si trabajas por honorarios, no tienes acceso a prestaciones, por lo que es muy angustiante imaginar que vas a pagar un crédito hipotecario. ¿Y los meses en donde no hay trabajo? ¿Y si pago la mitad y luego ya no me alcanza y entonces el banco me quita todo? ¿Por qué tengo que pagar dos veces y media lo que vale el departamento? ¿Por qué no tengo acceso a una vivienda de interés social en la misma alcaldía donde trabajo?

En el periodo neoliberal se esfumó la idea de conseguir un buen trabajo y quedarte ahí veinte o treinta años. Se fueron desmontando los derechos sociales de a poco y las promesas de primer mundo ya sabemos dónde quedaron: en el basurero de la historia. Se habla poco de las tragedias de la mal llamada clase media. La que tiene asegurado el techo y la comida para mañana, pero su idea de futuro es cruel e incierta. Toda esta generación ha pagado precios exorbitantes por departamentos muy pequeños en calles enrejadas, lejos de su trabajo y de sus actividades sociales. Que paga por todo lo que debería ser gratis. Que no tendrá retiro, ni salud, ni vivienda, a menos que las cosas cambien de forma radical, porque con los puros honorarios no va a alcanzar nunca.

¿Cómo funciona la mafia inmobiliaria?

Existe el precio de la tierra. El metro cuadrado aquí vale mucho más que allá. Pero yo digo que aquí, aunque sea barrio o colonia popular, podemos hacer un montón de edificios a precios exorbitantes y comprar nosotros mismos una buena parte para manipular el valor de la oferta y la demanda. Necesito la colusión de las autoridades a quienes les voy a dar dos departamentitos por edificio como pago a sus favores, porque en este territorio de clases medias y populares no se puede construir tanto como yo quiero, pero yo digo que sí y se chingan. En un lapso de 10 o 15 años, el valor de la tierra sube tres o cuatro veces, pero no porque la zona tenga un parque nuevo, una calzada que la comunica mejor o un cablebús. Estas serían razones legítimas por las cuales el valor aumente. No: aumenta porque una bola de mafiosos manipula el mercado para encarecer, hasta la aberración, la vivienda para la clase media.

La gentrificación no opera al servicio de una sociedad cambiante que es más urbana y menos rural. No. La gentrificación es decidida en sus detalles por una mafia político empresarial a la que poco le importa que la gente tenga acceso a una vivienda digna.

No, la tierra de muchas alcaldías no ha subido su valor: le han inflado el precio por medio de corrupción y de especulación, y todos esos pesitos extras los ha pagado la clase media con años de partirse el lomo para apenas tener un pedazo de tierra.

No, no está bien que al abrir la puerta de nuestras casas sí encontremos un centro comercial a menos de tres kilómetros pero no una preparatoria pública.

No, no está bien que una persona de treinta años ya sepa que no le alcanza para tener hijos aunque tenga un buen trabajo y en general una buena vida.

Por eso hay que desmontar los cárteles inmobiliarios. Lo que hacen es mafioso y cruel.

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