El miércoles 30 de agosto del año corriente Alejandro Moreno Cárdenas salió a confirmar la declinación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en favor de la candidata panista Xóchitl Gálvez. Al anunciar la declinación del tricolor, con el silencio incómodo de la excandidata priista Beatriz Paredes, su dirigente nacional ratificó las sospechas de muchos espectadores de la política nacional: el proceso de selección para saber quién sería la coordinadora del Frente Amplio por México no era más que una farsa.
Uno podría entonces preguntarse por qué los partidos del bloque opositor se habrían gastado decenas de millones de pesos de sus propios presupuestos para armar semejante teatro. La respuesta es clara: en el ámbito discursivo, querían demostrar su supuesta vocación democrática y distinguirse del supuesto “dedazo” de las corcholatas del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
No obstante, la estulticia política y la pulsión antidemocrática de los líderes del frente amplio les jugaron una mala pasada. Comenzaron a sentir un miedo genuino por que los resultados del proceso no fueran los que esperaban. Una mujer como Beatriz Paredes —que contaba con mucho músculo en lo que a las estructuras partidarias se refiere, pero que carecía del apoyo mediático que la oligarquía le proporcionaba a su favorita, la señora X— comenzaba a tomar fuerza a nivel discursivo al mostrar una inteligencia política y nivel de análisis con los cuales su contraparte, un mero producto televisivo, no podía ni soñar.
El miedo de la oligarquía impulsó, pues, que cayera una gran presión sobre Beatriz Paredes claramente desde su propio partido, pero sobre todo desde el frente de la prensa conservadora, para que declinara y que el proceso de selección no llegara a la instancia definitiva. Sin embargo, la incongruencia no entró en sus cálculos. Si ellos quisieron distinguirse del proceso oficialista, hablando de que el suyo sería más democrático, y crearon un “mini INE” (Instituto Nacional Electoral) cuando todavía estaba de moda defender a la institución electoral, lanzaron todo el esfuerzo por la borda al evitar que hubiera competencia en una fase definitiva donde probablemente hubiera habido batalla.
El proceso interno de Morena puede ser cuestionado, principalmente por el método de la encuesta. Sin embargo, hubo reglas claras desde un principio a las que todas las corcholatas se adhirieron. Y puede ser que Marcelo Ebrard acuse, con escasas pruebas múltiples irregularidades, pero nadie se bajó de la contienda porque las reglas no estuvieran claras o porque no fueran respetadas.
En el frente opositor, a pesar de sus permanentes insistencias sobre la inmaculada democracia del proceso interno, los reclamos acerca de la limpieza del proceso y principalmente la parcialidad de las autoridades encargadas pudieron observarse durante todo el tiempo. Lilly Téllez y otros perfiles dejaron el proceso, alegando precisamente los vicios de las reglas internas, después salieron los perredistas fuertes, además de un panista, a reclamar que sí habían logrado la cantidad de firmas requeridas para pasar a la siguiente fase, pero no se las habían validado por decisiones cupulares y, finalmente, a pesar de la disciplina partidista de Paredes, que la ha llevado a no realizar declaraciones polémicas, no sería una exageración decir que a la política tlaxcalteca la declinaron, pues salieron a hablar por ella para comunicar una decisión que, puede suponerse, se tomó en contra de su voluntad.
Por las cuestiones anteriores, no es difícil darse cuenta de que el proceso estuvo viciado de principio a fin. Y, sin embargo, los líderes del bloque opositor salieron a regodearse, afirmando que su proceso interno había sido un ejemplo de democracia al interior de la coalición. Periodistas del bloque conservador salieron a justificar que la presión sobre Beatriz Paredes por declinar era lo correcto y que sería beneficioso para la alianza.
Pablo Hiriart llegó al exceso de afirmar que se estaba “madrugando” a Andrés Manuel López Obrador —que no a MORENA— al evitar la instancia final del proceso de selección. Dijo igualmente que el partido guinda pudo intentar ejercer su poder territorial para desacreditar los comicios y darles una apariencia fraudulenta, entre otros sinsentidos; una percepción de la realidad totalmente alterada a golpe de ideología y billetes.
Lo cierto es que, lejos de “madrugarse” a López Obrador, la contienda interna de la oposición es la muestra de lo que significa la democracia para el bloque conservador: Un proceso es democrático si y sólo si el resultado es el esperado por la oligarquía, misma que se encarga de conducirlo.
Puede a todas luces verse cómo el proceso interno de la oposición no fue sólo una simulación para colocar a Xóchitl Gálvez en la coordinación del Frente, sino que se trató de un simulacro de lo que hicieron con los procesos electorales cuando estaban en el poder y lo que harán si logran volver a ejercerlo. Mediante el proceso de selección, el bloque conservador quiso hacer gala de sus convicciones democráticas; sin embargo, no lograron sino confirmar las tendencias oligárquicas que tienen para tomar decisiones al interior de sus partidos y gobiernos.