Cristina Pacheco decía que en sus entrevistas le gustaba captar lo individual que a veces se pierde en medio de la masa humana. Para ella, cada persona, por más común que fuera su actividad, tenía una manera única de hacer las cosas. Y es verdad, Cristina era un claro ejemplo de ello. El periodismo que realizó a lo largo de toda su vida fue singular no sólo por su estilo como entrevistadora, sino porque era totalmente distinto al resto de ejemplos televisivos, aquel que decide ignorar ciertas realidades. En oposición al amarillismo, al morbo y a la frivolidad que impera sobre todo en la televisión comercial, ella conversaba con sus entrevistados, sin ediciones, hilvanando con calidez y respetuosa curiosidad el hilo de sus historias, de sus remembranzas, de las palabras que daban sentido y significado a la narrativa de sus vidas.
De entre muchos programas suyos que vi, recuerdo en especial uno que no debió ser fácil para ella, pero del cual salió airosa, y que en mi memoria —y estoy seguro de que en la de muchas televidentes también— se quedó grabado como una muestra de su profesionalismo y del dominio de su oficio. Fue una episodio de Conversando con Cristina Pacheco, a finales de la década de 1990, donde el invitado era Jaime Sabines. El programa inició su transmisión en vivo, pero había un problema: el entrevistado no había llegado. Ante esta demora inesperada, Cristina, algo inquieta, tuvo que improvisar; así que, mientras esperaba la llegada del poeta, logró evocar su presencia a través del relato de sus encuentros anteriores, hablando además de su vida y poesía. Logró mantener la atención del público por medio de su dominio de la palabra y de conversar con la gente que la miraba desde el otro lado del televisor, hasta que finalmente Sabines llegó, diez minutos antes del término de la emisión.
Años después tuve la oportunidad de entrevistarla y me habló de su vocación de periodista: “Cuando era niña pensaba ‘voy a ser escritora, voy a ser periodista’. Tuve la suerte de nacer con una vocación, nunca he dudado de ella. Soy una persona que quiere contar cosas, y cuento las cosas más íntimas. Trato de buscar la intimidad, la individualidad, y eso lo encuentro en lo cotidiano. Cada vida es un libro cerrado para los que pasamos frente a esa persona. Entonces da una curiosidad tremenda acercarse a ese libro. Aun en las personas que aparentemente tienen menos historias, tienen todas las historias, porque es simplemente la vida”.
Cristina le dio voz a un sinfín de personas con innumerables formas de vida, experiencias, ocupaciones y oficios en su programa Aquí nos tocó vivir, transmitido a lo largo de 45 años. Se ocupó de escuchar a personas cuyas vidas regularmente permanecen anónimas, cuya existencia pasa desapercibida. Gracias a esas entrevistas ha quedado un valioso registro documental de estos variopintos personajes, fruto de un lugar y de un momento, cuyas historias personales y cotidianas ayudan a comprender nuestra idiosincrasia como sociedad, a echar un vistazo al pasado desde otro ángulo, uno que regularmente queda en la sombra, condenado al olvido.
Esta visión humanista que caracterizaba al periodismo de Cristina Pacheco, al escuchar con empatía otras realidades, al prestar atención a aquello que en apariencia parece no ser importante, representa su gran legado. Uno que trasciende ante un periodismo cada vez más inmediato y fugaz.