Cada tanto el debate sobre las clases medias sale de las aulas universitarias y vuelve al espacio público. Y esa vez lo hizo a upa de la marcha que movilizó a un copioso número de personas en contra de la reforma electoral del presidente Andrés Manuel López Obrador. Mientras que algunos aseguran que la convocatoria es signo inequívoco de que las clases medias urbanas le retiraron su apoyo a la cuarta transformación, otros interpretan que se trata de un núcleo duro opositor que siempre ha estado en contra del presidente. En todo caso, la disputa política por caracterizar la base social de la marcha se instaló entre nosotros.
La intención de estas líneas no es ofrecer una salida a esta incógnita, sino convertirla en un problema político. Más precisamente: me interesa que reflexionemos sobre el papel de estas “clases medias” en el obradorismo. Lo que este movimiento les propone o les deja de proponer, pero también su participación dentro de él.
Como es un debate que vale la pena transitar con calma prometo darle continuidad. Pero por ahora me interesa introducir la premisa política de la que creo que deberíamos partir. México es un país de burbujas. En efecto, sus divisiones no sólo económicas, sino también geográficas, de género, de cuerpos racializados, forman algo así como un archipiélago en la que cada porción de la estructura social está apenas tenuemente conectada con el resto por un cuerpo de agua que matiza los efectos de lo que sucede en otros espacios.
Todo el tiempo palpamos cómo estas burbujas labran territorios y condicionan nuestras relaciones. Lo percibimos en el cerco de seguridad que libera de la violencia a entornos turísticos y comerciales, pero también en la invisibilidad de fenómenos cuantitativamente masivos, como el desplazamiento forzado de decenas de comunidades rurales y semiurbanas. En un país en el que el salario promedio es de siete mil pesos, la experiencia vital de millones de mexicanos es apenas un murmullo para hogares con ingresos por arriba de los 20 mil pesos.
La relación con los servicios públicos también es parte de la arquitectura social del país de burbujas. Seguro médico y escuela privada son la primera opción de muchos hogares que ven en las instituciones de seguridad social una suerte de desgracia. Hace décadas que la interpretación de lo público como lugar de encuentro y socialización común fue sustituida por otra que concibe los servicios públicos como parte de una estrategia deliberada de contención social y parte del muro que contiene cada burbuja en su propio compartimiento.
Un país, una nación, sí, pero cuyas partes se encuentran profundamente aisladas entre sí. Se trata de una forma de gestionar los efectos sociales: lo que sucede en cierto estrato, en cierto territorio, no llega a conmover al resto y naufraga en ese mar de indiferencia que nos une: ni nos vemos ni nos escuchamos. Toda discusión propiamente política sobre lo que está cifrado en el debate sobre el obradorismo y las clases medias debería tomar esta realidad como punto de partida.