El 20 de julio se estrenó Barbie, la película que ha inundado las redes sociales de rosa y de imágenes diversas de aquella muñeca con la que solía jugar cuando era niña. La verdad no esperaba mucho del filme, pero me sorprendió.
Aunque varias reseñas prometían una película feminista o sobre feminismo, yo sostengo que no lo es y explicaré por qué. Antes, me gustaría reconocer que la cinta ofrece una divertida ficción; se trata de la proyección de una realidad distorsionada y llevada al límite de lo absurdo como estrategia argumentativa. Utiliza la parodia para llamar la atención de la audiencia. Debo reconocer que algunas escenas sí expresan lo que vivimos las mujeres en el mundo patriarcal. A este respecto, considero que, lejos de esperar una película crítica con análisis riguroso de género, vale la pena ir a verla como un producto cultural pop en nuestros tiempos.
Hechas estas aclaraciones, retomo mi punto: Barbie no es una película feminista. Es un producto de mercadotecnia lanzado en un momento en el que la lucha de las mujeres y los feminismos se ha posicionado como movimientos sociales poderosos y de vanguardia, con gran capacidad de transformación social, pero, también, con el riesgo de penetrar e incorporarse en las instituciones gubernamentales sin cambiar la lógica de la política patriarcal y de reproducir las prácticas que mantienen las relaciones desiguales de poder, ya entre mujeres o entre hombres y mujeres. Es en este último sentido que el feminismo deja de serlo para convertirse en un producto del patriarcado, capturado en las redes de poder de los hombres con privilegios de todo tipo: raza, clase, sexualidad, religión y demás. Donde los hombres y mujeres que no son “estereotípicos” quedan fuera del mundo.
La película de Greta Gerwig plantea un supuesto deseo de las mujeres por un mundo construido por y para ellas: Barbilandia, una especie de reverso del patriarcado (Kenlandia) en la que el poder y el poder político sólo lo ejerzan las mujeres. Es así que el argumento de la película no rompe, sino que replica el fundamento dicotómico —es decir, excluyente— propio de las relaciones desiguales de género y de las jerarquías sociales: o son los hombres o son las mujeres quienes dominan el mundo (barbies contra kens), lo cual produce violencia y represión en las relaciones de género donde la heterosexualidad es la norma, al constituir el eje primordial del control y del sostenimiento al poder, porque, siguiendo el planteamiento de la película, los hombres terminan divididos y peleados entre ellos a causa de las mujeres.
Si bien Barbie refleja muchas de las prácticas estratégicas de las mujeres y del feminismo —por ejemplo, los grupos de conciencia entre mujeres para eliminar el “lavado de cerebro” que hacen los hombres (kens) a las mujeres— y expresa la intención de conformar un poder colectivo de barbies, así como la fragilidad de la masculinidad, entre otros detalles, el final de la película puede convertirse en un mensaje peligroso, pues queda la idea de que los feminismos y las mujeres buscan, en último término, dominar igual que lo han hecho los hombres: una especie de patriarcado de las mujeres (no matriarcado, que jamás ha existido).
Queda claro que el patriarcado no siempre está radicado en cuerpos masculinos y que el supuesto feminismo que algunas reseñas adjudican a la película no es más que una idea distorsionada de lo que plantea este movimiento social. El feminismo no es un nuevo poder patriarcal. Es en ese término que Barbie no es una película feminista, porque el feminismo no plantea el cambio de relaciones de dominación, sino la eliminación de la dominación como política.