El domingo 23 de julio se develó la réplica de la Joven de Amajac en el Paseo de la Reforma. La travesía rumbo a la presencia de un símbolo del México antiguo y de poder femenino en una de las avenidas más importantes de la capital está enmarcada en una política de la memoria que, por primera vez en la historia, puso énfasis en las aportaciones de las mujeres, pero también expresa una forma de gobernar.
Al iniciar el periodo de la doctora Claudia Sheinbaum se anunció una política de memoria innovadora, con la colocación de estatuas de mujeres de nuestra historia y un monumento a las heroínas anónimas. Posteriormente, en el marco de los 500 años de la conquista, además, se desplegó una conmemoración reflexiva amplia y se cambió el nombre de la avenida Puente de Alvarado para dejar de rememorar al peor genocida de ese momento histórico. Si en todo el mundo estaba ocurriendo una revaloración del pasado en clave anticolonial, en nuestra capital, además, esto se hacía en clave feminista.
Las estatuas de los hombres de guerra que expandieron su territorio mediante las armas fueron cuestionadas y derrumbadas en diversos lugares del mundo. Sin embargo, la Ciudad de México, a diferencia de otras grandes urbes del planeta, no cuenta con tantas estatuas de esa memoria colonizadora, pues nuestra versión liberal y revolucionaria del pasado es intensa. Además, al ser México un país que fue conquistado violentamente, guarda una conciencia muy fuerte de las implicaciones humanas, materiales y morales de la conquista española. Muestra de ello es que el Paseo de la Reforma está lleno de figuras del liberalismo del siglo XIX.
El intenso debate sobre una nueva versión de la memoria urbana era inminente e inauguró un proceso inédito de discusión sobre estatuas, patrimonio histórico y memoria urbana. La estatua de Cristóbal Colón, figura que simboliza como ninguna otra a la política expansionista europea, se convirtió en un potencial blanco de esa tendencia de forma inédita. Así, en un acto que se adelantó a la inminente destrucción de esa estatua, que había sido colocada en 1879 en Reforma, en octubre de 2020 se retiró para asegurar su conservación.
La entonces jefa de gobierno, atendiendo la ya muy trabajada política de memoria, propuso que en el pedestal del navegante figurara una mujer indígena. Pero la primera propuesta, un remedo de las cabezas colosales olmecas llamado Tlalli, fue ampliamente rechazada por su escaso asidero a la realidad del México indígena y, para colmo, por estar hecha por un hombre. Por su parte, un grupo de feministas organizadas colocó en ese pedestal una figura de madera a la que llamaron “La Justicia” y rebautizaron el espacio como La Glorieta de las Mujeres que luchan. Convirtieron el símbolo en una antimonumenta de protesta por la violencia hacia las mujeres.
De forma paralela, un grupo de mujeres indígenas solicitó que se respetara la idea original de colocar una figura de dignificación de la raíz originaria. Entonces, lo que pudo haber sido un proceso vertical, tal como había ocurrido siempre, donde la autoridad decide unilateralmente cómo se administra el espacio público, se tornó en un proceso de incidencia democrática de diversos sectores. Tanto las feministas de la antimonumenta como las mujeres indígenas participaron en mesas de negociación y, a pesar de que las primeras han ostentado una versión poco honesta de no ser escuchadas, se observa que se trabajó en la vía democrática del consenso.
Finalmente, tras esta experiencia, la Joven de Amajac, una hermosa réplica de una mujer gobernante, se colocó muy cerca de donde estaba antes el Cristóbal Colón, al tiempo de que la antimonumenta y la Glorieta de las Mujeres que luchan permanecen en su sitio. El legado a futuro de este espacio, con la convivencia de dos propuestas, es muestra de la democratización del espacio público, en esta ocasión en clave de respeto a la protesta con un sello de nuestros tiempos, que enarbola una serie de cuestionamientos anticoloniales y feministas.