Para algunas, la “escándala” mundial que abrió Shakira con su nuevo éxito, “Shakira: BZRP Music Sessions, Vol. 53“, es banal. Me refiero al debate que explotó en redes sociales sobre si Shaki se había pasado de la raya al referirse de manera poco sorora a la nueva pareja de Piqué. Sin duda, la discusión puede quedarse en Feministlán, en lo fútil. A mí me interesa llevar lo considerado trivial a lo público y político, porque como mala feminista me gusta disolver lo que parece sólido, y en este caso se trata de la dicotomía en la que el pensamiento liberal y patriarcal nos trata de acotar: lo banal y lo importante. La sororidad que fue exigida a Shaki por algunas feministas se hizo desde la consideración de que entre mujeres debe prevalecer una especie de complicidad que trascienda las acciones, posiciones éticas y relaciones de poder.
Una complicidad basada en un malentendido que contrapone la tan criticada fraternidad ante lo que en el feminismo llamamos sororidad.
Es la idea de que las mujeres debemos apoyarnos: ser sororas, incluso a costa de posicionamientos éticos, por el solo hecho de ser mujeres, entendiendo el hecho de ser mujeres desde una visión esencialista y biologicista.
La exigencia de la sororidad feminista es comprensible, y a veces necesaria, en un mundo masculino donde las mujeres como clase social hemos sido excluidas y discriminadas. Sin embargo, este argumento es utilizado cada vez con más frecuencia para justificar, ocultar y obviar tanto acciones contrarias a la ética feminista como análisis simples que sólo toman en consideración la idea de la mujer como unitaria. Es decir, pensar que sólo existe un tipo de mujer con un cierto tipo de problemáticas (opresiones) e intereses sociales. Esta forma de abordar la sororidad justifica acciones como las que en el ámbito de la política llevan a cabo mujeres que han alcanzado el poder y quienes, más allá de demostrar su deseo por cambiar las relaciones sociales desiguales y jerárquicas, las refuerzan. No sólo me refiero a las desigualdades en cuanto a género, sino a todas las demás: clase, etnia, sexualidad, edad, capacidad física, etcétera.
Es el caso de las acciones realizadas por la recién nombrada presidenta de Perú, Dina Boluarte —primera mujer con ese cargo en su país en más de 201 años—, quien en su conferencia del 17 de diciembre de 2022 utilizó el discurso de la maternidad y su posición de mujer para mover solidaridades y emociones asociadas con la idea de la familia. Un discurso de la mater que se puede leer en espejo con los funestos y repudiados discursos que los pater utilizan para no reconocer como sujetos a quienes no están en su posición de privilegio, sino tratarlos como objetos de protección: los poderosos siempre son superiores, siempre tienen la razón y no se permiten escuchar y dialogar, sino que en muchas ocasiones activan su halo de protección incluso en contra de y a pesar de la protesta de quienes dicen proteger. No hay mejor fórmula para el autoritarismo que esa.
Así fue como Boluarte intentó justificar su violencia y conservadurismo en un momento en el que ser mujer reditúa mucho políticamente y en el que se utiliza el argumento de la discriminación por sexo para anular críticas legítimas de hombres y mujeres que nada tienen que ver con el reconocimiento y apoyo de las luchas feministas interseccionales. La orden de Dina para habilitar la violencia estatal y militar frente al disgusto de la mayoría de la población peruana expresada en las calles mediante la protesta, no se llama de otra manera: es represión autoritaria. No se trata de mantener el orden social como ella lo refiere, ni de proteger a la población frente a “grupos violentos”, se trata de mantener el orden de la clase privilegiada de ese país y de desconocer la voluntad de la mayoría expresada en las urnas, mayoría que, paradójicamente, también le otorgó su voto. Dina es responsable política de las y los 56 asesinados por los ataques militares y policiacos, y de las consecuencias que deriven de la reciente invasión del ejército a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sus toques de queda y el estado de emergencia declarado en varias regiones del país sudamericano.
Para el feminismo que apuesta por un abordaje interseccional de las opresiones, entender la sororidad como justificación de acciones alejadas de la ética feminista, que obvien la complejidad de las relaciones de poder y las acciones dañinas hacia mujeres y hombres, es replicar los valores androcéntricos dicotómicos, binarios, esencialistas, racistas, clasistas y colonialistas.
Desde la Red Feminismos Cultura y Poder. Diálogos desde el Sur, a la cual pertenezco, repudiamos y denunciamos las acciones de Dina Boluarte como autoritarias, represivas y antifeministas. Llamamos a todas la organizaciones feministas latinoamericanas a que manifiesten su apoyo al pueblo de Perú y a que exijamos un alto a la violencia en ese país.