Dar y recibir: el nuevo difunto

Columnas Plebeyas

El Día de Muertos es una fecha muy particular que se celebra en pueblos, comunidades, ciudades medianas, grandes y pequeñas de nuestro país, en la que dejamos entrar a los que ya no están por un ratito a nuestras casas, las de los vivos. Celebramos con los muertos la vida y con los vivos la muerte, caricaturizamos y nos divertimos con calaveritas literarias, canciones y colores encendidos, como las velas que alumbran las noches de los primeros días de noviembre. 

Llenamos de flores los panteones y el olor a cempasúchil se percibe en todos los rincones. Desde hace unos años, sobre todo, esta celebración ha tomado principal importancia en algunos estados y pueblos de la república, especialmente en los que están en los alrededores del lago de Pátzcuaro, Michoacán. 

Sin embargo, esta tradición trasciende por mucho a esas poblaciones, se encuentra viva en muchísimas comunidades, una de tantas es Malinalco, Estado de México, en donde se celebra con algunos tintes “muy de ahí”. El Día de Muertos, en primer lugar, como otras tantas celebraciones en México, es una fiesta colectiva: familiar y comunitaria. Lo primero que se debe saber es que, a diferencia de otros lugares, en Malinalco sólo se ponen ofrendas a los “nuevos difuntos”, es decir, aquellos que murieron el año que corre. De tal forma que no en todas las casas se abren las puertas, sólo en aquellas donde lamentablemente “se les adelantó” algún familiar. Los altares son majestuosos, ocupan las entradas, patios y en algunas ocasiones incluso las propias casas. Pero el distintivo principal de la conmemoración en esta población es que a los “nuevos difuntos” se les da la bienvenida recreando con escenas en tamaño real sus tareas o aficiones. Es decir, si en el año murió un panadero, sus hijos e hijas, nueras y yernos, nietos y nietas e incluso vecinos y amigos trabajarán durante días, con papel maché o de la manera creativa que cada núcleo de solidaridad en conjunto determine, para hacer un altar que escenifique estas principales actividades del difunto. 

Lo que uno mira desde el 28 de octubre hasta el 2 de noviembre, cuando se levantan los altares para llevarlos al panteón, son casas con papel de china en las afueras anunciando que ahí hay nuevo difunto. Durante noches, el pueblo entero recorre las calles con “ceritas” en mano: velas gigantes que se encenderán para que nunca le falte luz al difunto, para que vea el camino hacia el altar; la gente caminará para demostrar una vez más su solidaridad, tal como funciona en los pueblos de México, dando y recibiendo, de ida y vuelta. Cuando llega una nueva cerita, el portador es gratificado con un tecito caliente, un atole o un mezcal, como muestra de agradecimiento y para invitar a acompañar un ratito a la familia junto al altar. El punto es que nunca falte la luz ni el acompañamiento en este duelo por quienes nos dejan en el mundo terrenal, y de eso se encarga la comunidad. 

Así, dando y dando, al finalizar el acompañamiento en cada altar la familia agradece finalmente el gesto con un pan, dulces, o incluso con una libreta y una pluma, como en el caso de la familia de don Chente, el señor que atendió durante su vida entera la papelería El Eclipse

Y una vez más, dando y recibiendo, así funcionan los pueblos de México. 

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