El activismo ha existido desde hace muchísimos años, incluso antes de que tuviera esa etiqueta, surge de movimientos sociales en todo el mundo para reivindicar los derechos jumanos, pero sobre todo está directamente relacionado al movimiento obrero y la lucha de clases. A raíz de que este movimiento bajo el marxismo se fue convirtiendo en una fuerza global, surgieron acciones antiimperialistas y anticolonialistas que adoptaron esta perspectiva, unos más rigurosos que otros; sin embargo, sirvieron de ancla para los movimientos de izquierda de mediados del siglo XX.
Durante la década de 1960, el activismo fue la principal herramienta para reivindicar los derechos humanos en el mundo, entonces bajo el contexto del fin de la Segunda Guerra Mundial y la prolongación de la Guerra Fría. La pobreza, el hambre y entornos políticos bélicos hicieron que millones de personas, sobre todo jóvenes, lucharan contra el poder político y los convencionalismos de la burguesía, resulta un fenómeno extraño pero no complicado de entender el que estos grupos ya no fueran encabezados por la clase obrera, sino por jóvenes privilegiados de clase media, universitarios, artistas, académicos. A muy, muy grandes rasgos, es así como se va desligando este origen totalmente político para dar paso a nuevas formas de luchar, también en favor de otros derechos que no estaban siendo respetados.
El movimiento feminista en muchas partes del mundo logró posicionarse para buscar la libertad sexual y la maternidad voluntaria, así como la igualdad cultural, política, social y económica de las mujeres. Tanto en América Latina como en México estos movimientos tuvieron impactos directos, tanto así que en 1968 atestiguamos la lucha de miles de estudiantes y cómo el gobierno de Díaz Ordaz los reprimió en la Plaza de las Tres Culturas, localizada en Tlatelolco.
Para irnos un poco más rápido, tuvieron que pasar muchos años para que surgiera un nuevo movimiento, llamado #YoSoy132: en 2012, nuevamente con jóvenes universitarios que buscaban la democratización de los medios de comunicación, en pleno proceso electoral. Después esos mismos estudiantes, de todo el país, buscaron la destitución del presidente electo Enrique Peña Nieto. No fue hasta ese entonces, y con el movimiento feminista creciendo cada vez más y más, que se comenzó a escuchar tanto el término “activista”. Para mí resultaba un término maravilloso, pues podía identificarme con otras personas que luchaban por las mismas causas que yo y con las que nos podíamos agrupar para lograr un fin en común. Comencé a leer más sobre movimientos sociales, me empapé de historia, asistí a marchas, creé un colectivo, estaba en territorio 24/7, trabajé en una organización no gubernamental y aun así nunca estuve segura acerca de si yo estaba calificada para ser activista o no, como si fuera una medalla que te otorgaran por cumplir ciertos estándares.
Me parecía muy extraño hacer “activismo” con compañeras y compañeros que no se posicionaran ante acontecimientos políticos, que no se definieran con ninguna ideología o que, al pertenecer a un colectivo u organización de la sociedad civil, comenzaran a formar parte de una élite y de un círculo al que unos cuantos pueden acceder, que su lucha se comenzara a individualizar y que sólo en el discurso se tratara de colectividad. Ciertamente, al alejarme del círculo me di cuenta de que ese activismo, que en un inicio buscaba la garantía de derechos, se despolitizó, se desorganizó, se individualizó, se encerró en su burbuja y, sin evolucionar, permitió que la derecha buscara, como siempre, la manera de inmiscuirse para posicionar su agenda, usando las causas justas y legítimas. Por eso es tan común que en esos espacios estén las Denise Dresser, las Alessandra Rojo de la Vega, los Arturo Islas, o los Álvarez Icaza, que se pintan de activistas cuando tienen una agenda profundamente clasista, racista y machista. Hoy en día se viven momentos en donde basta ponerte activista en tus redes sociales para tener cierto poder de opinión, prestigio o incluso representar a un sector. Basta con fundar una organización de la sociedad civil, no importa si eres un magnate millonario que debe impuestos al Servicio de Administración Tributaria (SAT), basta con la voluntad de querer ayudar y, según tú y tus pares, #HacerElCambio.
Se ha dejado a un lado la reivindicación de conseguir una vida más digna para crear un activismo de papel.