¿Por qué afecta el obradorismo?

Columnas Plebeyas

Andrés Manuel fue un gran líder y el fundador del movimiento social más importante para las y los plebeyos del mundo, después del comunismo chino. Las razones son muchas y variadas, pero destacaré una: aglutinó y comprendió muchas ideas con las que creó la visión de un mundo realistamente mejor. Esta imagen es lo suficientemente seductora como para afectar a la mayoría de las personas en México. Nos afectó tanto que resurgió la funcionalidad y operatividad del pueblo de México, evitando la disolución del proyecto nacional y cosechando condiciones de posibilidad para una vida más plena, más feliz, para todas las personas en este país.  

Al cuerpo doctrinal y teórico en formación que hoy almacena esa capacidad afectiva que aglutina se le conoce como “obradorismo”, o dicho por él: “humanismo mexicano”. Es en torno a este recurso fundamental que podemos continuar con su legado para quienes seguimos convencidos de ese proyecto de nación. No hay hoy nadie, salvo Claudia Sheinbaum, que tenga el empuje personal suficiente (o un proyecto sustituto) como para prescindir del obradorismo y seguir siendo una fuerza de transformación social (y, curiosamente, Claudia tiene la fuerza personal que tiene en gran medida por saber encarnar convincentemente una segunda fase de obradorismo). Fuera de ella, quienes creen que pueden prescindir del obradorismo para su quehacer político (o reducirlo a copies bien hechos) se engañan: confunden likes momentáneos y pericia mediática con poder de transformación y claridad de sentido, y quedan a la deriva aferrándose a un triste tronquillo: una práctica política que en poco o nada aporta al bienestar de la gente. Eso sí: les da seguidores. 

Es importante decir que este pragmatismo tiene al movimiento contra las cuerdas, independientemente del enorme apoyo electoral recientemente recibido. Si no mandamos obedeciendo, pronto dejaremos de mandar. 

Esto nos lleva a la pregunta: ¿qué elementos afectaron al pueblo de México a tal grado que lo conformaron en un nuevo y renovado sujeto político? Y después, superada esta perspicacia inicial, habrá que preguntarse por su constante renovación y actualización: ¿cómo mantenemos viva esa afectación que permitiría seguir transformando al país hacia un lugar de mayor libertad y bienestar para todas y todos?  

Por ahora, reflexionemos sobre los tres principios básicos: no mentir, no robar y no traicionar al pueblo de México. El primero es tomarse en serio la verdad dentro de la práctica política: la palabra vale, y quien no le dé ese peso específico se aleja del obradorismo (la gente lo sabe y lo nota: no se dejen confundir por una capacidad estratégica de preferir a lo menos peor). Esto también incluye los compromisos. 

No robar es bastante claro: no tomar lo que no nos corresponde. El erario es riqueza compartida, pero no sólo el erario: el tiempo y las energías humanas también deben ser cuidadas, no sólo porque son valiosas, sino también porque no nos corresponden. No somos dueños de México, sino depositarios de su confianza. De ahí la importancia de cumplir con movimientos como el de las 40 horas semanales. 

No traicionar es un poco más complejo, pero partamos de lo más sencillo: nuestro quehacer político debe trazar una línea recta, no zigzagueante, hacia las necesidades y dolores del pueblo. Si no se le puede amar, cuando menos se le debe respetar, decía Andrés Manuel. 

No hay nada que nos garantice el apoyo del pueblo de manera indefinida. Si no cuidamos este vínculo afectivo que Andrés fundó, el obradorismo tendrá sus días muy, muy contados. Como dicen por ahí: será una mera herejía menor en la larga noche neoliberal. Y los afectos se cuidan con legitimidad: esa bella unión de la palabra con la acción. 

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