¿Qué significa ser presidenta mujer y de izquierda?

Columnas Plebeyas

No se puede negar que el hecho de que una mujer arribe al cargo más importante de un país evidencia un cambio en el imaginario social. En tiempos de las sufragistas, la reacción social (mujeres y hombres) fue prejuiciosa respecto a la aptitud de las mujeres para asumir un cargo de decisión y dirección política de un país.

Poco a poco, el mito de la falta de capacidad de acción y visión política de las mujeres se ha ido demoliendo. Sin embargo, al mismo tiempo también se ha hecho evidente que la condición de género de ser mujer no basta para que las acciones, prácticas y decisiones políticas que toman las mujeres las beneficien a todas ellas. 

En ese sentido, preguntar qué significa ser una mujer presidenta, sin contexto, sin un sujeto generizado concreto, es decir, ignorando las condiciones ideológico-políticas y económicas del momento, y sin un análisis subjetivo (encarnado) de la mujer que ocupa el cargo, ello podría llevar a una respuesta esencialista que sólo reforzaría los prejuicios y estereotipos que históricamente, desde los feminismos, hemos rechazado.

Por ejemplo, pensar que las mujeres somos honestas por el hecho de ser mujeres o que somos buenas madres porque serlo está en nuestra naturaleza.

La historia nos proporciona varios ejemplos que desdicen estas premisas. Por mencionar a algunas, en Latinoamérica: Dina Boluarte en Perú, Jeanine Áñez en Bolivia y en el Reino Unido, con un alto cargo, Margaret Thatcher.

Entonces, propongo afinar la pregunta, darle contexto y cuerpo, tal y como la teoría feminista plantea. Por tanto, planteo: ¿qué significa que una mujer como Claudia Sheinbaum sea la presidenta de un gobierno de izquierda?

La presidenta ha dicho que su gestión será una continuidad con cambio. ¿Qué significado tiene continuar y desplegar el legado del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ahora coordinado por una mujer con la trayectoria de Sheinbaum?

Las izquierdas en diversos momentos históricos se han caracterizado por sus prácticas personales y políticas sexistas, basadas en una visión androcéntrica del mundo. Además, han asumido la desigualdad de género como un elemento fragmentador del movimiento de transformación social basado en la desigualdad —pensada sólo en términos de clase—.

¿En qué momento (teórico, político y práctico) la continuidad iniciaría su cambio? 

Sugiero que en un gobierno coordinado por una mujer de izquierda, con ideología y proyecto político, con una historia de participación y acción en diversas luchas sociales, populares y universitarias, pero también con experiencia en el pragmatismo gubernamental y burocrático, el planteamiento político-ideológico del humanismo mexicano como principio de la cuarta transformación no puede ser dotado con el mismo contenido y sin matices para que se materialice la anunciada continuidad con cambio que postula Sheinbaum. Se necesita de transformación con reinvención.

Continuidad con cambio sería asumir un humanismo en complejidad, sin tener al hombre mestizo/blanco, poderoso económicamente y heterosexual como paradigma de lo humano. Un humanismo que contemple las relaciones desiguales y jerárquicas de poder que producen las injusticias no sólo de clase, sino también de raza, género y sexualidad, entre muchas otras.

Un humanismo mexicano sinestésico, en donde este concepto no privilegie la vista como un sentido superior a los otros, pero que es agudo en la mirada, que capta a través de los sentidos la complejidad de la diversidad humana.

Un humanismo no universal, sino pluriverso, en el que quepamos todas y todos en nuestras heterogeneidades y diferencias.

Un humanismo mexicano que no parta de la idea de la patria como la gran mujer a la que se le adjudica la responsabilidad única e ineludible de la reproducción y bienestar familiar y nacional.

El reto al que se enfrenta Claudia Sheinbaum como presidenta de izquierda, como luchadora social y como mujer, como la coordinadora de la continuidad con cambio, será mantenerse en coherencia firme con sus propias experiencias subjetivas y políticas, que impulsen el giro y que doten de sentido a lo que implica el cambio en la continuidad.

No debería ser la misma política ni el mismo país uno que es gobernado por una mujer con la historia de Sheinbaum; de allí que insista en que el cambio con continuidad del segundo piso de la cuarta transformación, por ejemplo, implicaría:

  • Promover una restructuración de las imágenes, el lenguaje y las prácticas políticas: de la insensibilidad a la sensibilidad, de lo meramente racional a incorporar lo emotivo, de la incomprensión a la escucha, del protagonismo al reconocimiento colectivo, de las posturas duras y tajantes a las flexibles pero firmes, del ego individualista al cuidado de otras y otros.
  • Incorporar lo privado en la concepción política de lo público, así como fortalecer y privilegiar los mecanismos de participación social y ciudadana directa en la toma de decisiones.
  • Impulsar nuevos valores políticos y dotarlos de nuevos contenidos no androcéntricos.

En el humanismo mexicano feminista es insuficiente no mentir, no robar, no traicionar; hace falta no ser indiferente: no callar.

No ser cómplice con el mutismo o el disimulo de las injusticias en aras de un fin supremo. En consecuencia, con el derribamiento de las diferencias entre lo privado y lo público, lo personal y lo común, se hace indispensable la coherencia entre la práctica-acción y la teoría-discurso, entre el método y el fin.

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