De tan famosa, la imagen de Frida se ha desgastado hasta convertirse en una fachada sin contenido. La figura de la artista mexicana ha sido distorsionada hasta quedar casi irreconocible, casi como un producto.
En uno de los muros del Palacio de Hierro de la polémica torre Mítikah, por ejemplo, se puede leer en grandes letras doradas: “Si actúas como si supieras lo que estás haciendo, puedes hacer lo que quieras”, una frase que parece sacada de un libro de superación personal o de una galleta de la suerte de un restaurante chino, pero que la tienda departamental atribuye falsamente a la artista plástica de Coyoacán.
Además de esa frase —que en internet también adjudican a la cantante Amy Winhouse— se pueden encontrar por los pasillos varios retratos de la pintora como decoración, irónico si se recuerda la incomodidad de los vecinos coyoacanenses ante la torre.
Asimismo, la directora Carla Gutiérrez, en su película Frida (2024), que supuestamente cuenta su historia siguiendo su diario y sus cartas, le adjudica frases a Kahlo que nunca dijo. A lo largo de su cinta, llena de imprecisiones y errores —comienza señalando 1910 como su año de nacimiento, cuando en realidad fue 1907—, en su intento por construir una narrativa en torno al personaje que ella cree que fue Frida Kahlo, acaba poniendo palabras en su boca que nunca escribió. Como cuando al referirse a su novio de la adolescencia, Alejandro Gómez Arias, la hace decir: “Yo quería que Alejandro me cogiera, pero él prefería decirme cosas bonitas”. Además de querer mostrarla sexualmente desinhibida, la realizadora da por hecho que la pintora tuvo diversas relaciones lésbicas, cuando en realidad no existe una sola prueba que permita asegurarlo, más que una carta donde escribe sobre su deseo por Chavela Vargas, la cual ha sido señalada como apócrifa por diversos expertos.
La película concluye con otra frase ridículamente falsa: “Creo que después de mi muerte voy a ser la caca más grande de este mundo”. Y digo ridícula porque Frida nunca mostró tales pretensiones de grandeza y trascendencia. “Francamente, yo no tengo ni la más remota ambición de ser nadie, me vienen guango los humos y no me interesa en ningún sentido ser la gran caca”, le escribió a su amigo el doctor Leo Eloesser el 15 de marzo de 1941. Y agrega: “El arte en general me da cada día menos de ‘alazo’, y sobre todo esa gente que explota el hecho de ser ‘conocedores de arte’ para presumir de ‘escogidos de Dios’; muchas veces me simpatizan más los carpinteros, zapateros, etc., que toda esa manada de estúpidos dizque civilizados, habladores, llamados ‘gente culta’”.
Además de acabar convertida en un personaje Disney (aparece en la película Coco), su imagen ha sido utilizada para comerciar un sinfín de productos. Frida, que estuvo afiliada al Partido Comunista, cercana a Trotsky, que incluyó en uno de su autorretratos a Marx, ha sido despojada de cualquier rasgo ideológico —fue una mujer muy crítica con su entorno— para ofrecer una versión inocua y frívola cómoda a los consumidores, impresa en todo tipo de mercancías: ropa (la marca china Shein tiene una colección con su nombre), vinos, chocolates, tazas, acompañada por todo tipo de frases insulsas. Lo hace también la marca Distroller, la misma que fabrica muñecos provida (fetos llamados Ksi-meritos) y productos con una versión caricaturizada de la Virgen de Guadalupe (Virgencita Plis), que sacó al mercado una muñeca Friducha, aunque, paradójicamente, la Kahlo real en más de una ocasión pintó de manera descarnada sus abortos.
Más allá de los libros que estudian su vida y su obra, la narrativa que se ha construido en torno a Frida Kahlo la ha reducido a su relación con Diego Rivera, como sucede con la película de Salma Hayek, o bien a su indumentaria, que para ella no era un simple capricho ornamental, sino una expresión de motivaciones y significados más profundos.
Este 6 de julio se cumplieron 117 años de su nacimiento. Pese a todo, ahí están sus obras y sus cartas para comprender de primera mano quién fue ese rostro fascinante que nos mira desde la posteridad.