Siguiendo levemente el hilo de mi anterior columna, como consecuencia del declive global estadounidense posterior al fin de la Guerra fría, uno de sus múltiples efectos, en este caso en el campo político-ideológico, y que en gran parte le permitió atraer múltiples adeptos en forma de Estados e individuos, se observa en el gobierno basado en la democracia liberal multipartidista.
Este modelo, amén del impulso dado por Estados Unidos de forma directa e indirecta hasta la actualidad, permitió una alternativa de reconstrucción gubernamental a todos los países del bloque socialista, a aquellos que se liberaron del yugo colonial en la década de 1960, y ha constituido hasta nuestros días una forma de administrar la vida política y estatal de la mayor parte de las naciones del mundo de manera pacífica.
Además, posee un alto grado de legitimidad, ya que se sustenta en la participación de los ciudadanos por medio del voto, que designa a los representantes sociales en la administración pública en ciclos electorales continuos.
Desafortunadamente, una vez que este modelo, junto con el aparente triunfo global estadounidense en la dinámica geopolítica global se asentó como punto de referencia para los demás actores, una dinámica de estancamiento y erosión comenzó a hacerse presente, causada por el apoderamiento de la dinámica del voto desde grupos de poder, económico en su mayoría, que instalaron élites gubernamentales rotatorias en cada uno de los puestos de elección, o la introducción de nuevos personajes que aparentaran mantener esta representación popular, al menos en el discurso.
Ante el constante ejercicio y respuesta política a las demandas de un sólo sector social, mientras el resto de los participantes quedan relegados a ser meramente emisores del voto para legitimar periódicamente la validez del gobierno en turno, las necesidades no atendidas de las mayorías han ido gradualmente transformándose en una pérdida de confianza en este modelo.
También pesa la aparición más frecuente de fenómenos como el populismo o incluso el extremismo político, que ha triunfado en algunos países y ha prescindido total o parcialmente de la democracia para ofrecer un nuevo panorama de configuración política para las sociedades que gobierna.
Por lo tanto, es necesario no solamente reflexionar y analizar estas grietas dentro de la democracia liberal, sino también incluir a ciertos grupos y personajes políticos nacionales que por décadas han sabido hábilmente sobrevivir y perpetuarse en el poder para su propio y sectario beneficio.
Si a partir del anterior análisis, una reconfiguración no es atendida, tanto en la teoría como en la práctica, el proceso de debilitamiento democrático continuará, y modelos alternativos de organización política cobrarán fuerza, los cuales pueden arrebatar la legitimidad basada en mayorías por medio de autoritarismos personalistas, hasta abiertamente sugerir la supresión de la democracia como modo de gobierno.