Uno de los aspectos del resultado electoral del 2 de junio que más ha llamado la atención es que Claudia Sheinbaum ganó en todos los estratos sociales, incluidas las clases media y media alta. Este hecho puso patas arriba la narrativa en que la oposición buscó fundamentar sus expectativas luego de las elecciones intermedias de 2021.
En efecto, la oposición leyó el resultado de aquel año como prueba de la desafección de las clases medias respecto al proyecto de la 4T. Ante este escenario, lo que había que hacer era capitalizar el descontento y asegurar que para la elección de 2024 hubiera una alta participación de este sector, pues ello compensaría el voto de los sectores populares, en donde daban por descontado que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) les sacaría ventaja.
Esta lectura, desmentida sin misericordia por la realidad, presuponía también cierta concepción respecto a cómo debe ser el ordenamiento político de las clases sociales en México. Desde la óptica de la oposición, Morena iba en camino a consolidarse como “el partido de los pobres”, según ellos debido a la capacidad del gobierno para generar una “clientela” en este sector. La explicación ad hoc le permitía a la oposición reafirmar su propia autopercepción identitaria. De aquel lado, la “masa ignorante” del pueblo, nuevamente engañada por una fuerza política esencialmente antidemocrática. Del otro lado, la sociedad civil y sus grupos ilustrados, frente a los cuales los partidos que apoyaron la candidatura de Xochitl Gálvez debían ofrecerse como la herramienta para auxiliarlos a cumplir con su rol histórico: romper con las cadenas que sus paisanos habían decidido volver a colocarse en 2018. Luego de la medianoche, cuando el Instituto Nacional Electoral (INE) dio a conocer los estimados del conteo rápido, todo este imaginario colapsó en vivo, dejando imágenes entre bizarras y chuscas.
El comportamiento electoral de las pasadas elecciones nos deja una foto muy diferente a la que esperaba ver la oposición. La diferencia de más de 30 puntos entre Sheinbaum y Gálvez deja ver que existe un consenso bastante extendido y transversal en todas las clases sociales respecto al deseo de conceder continuidad en la llamada cuarta transformación. Parecería como si el famoso lema “por el bien de todos, primero los pobres” se confirmara, además de como un atractivo slogan, como un efectivo criterio político.
Si bien la coincidencia en el voto entre distintos sectores sociales no es evidencia, por sí misma, de una alianza policlasista en torno a la 4T, sí representa una excelente oportunidad para lograrla. Son pocas las ocasiones en las que el país trasciende su actual situación de “archipiélago de clases”, pero el resultado electoral nos indica que porciones mayoritarias de todos los estratos están viendo la misma película.