Con las respectivas muertes de los líderes del grupo Al-Qaeda, primero Osama Bin Laden (1988-2011) y en semanas recientes Ayman al-Zawahiri (2011-2022), y sin un claro sucesor al frente de la organización, parece ser que su amenaza a la seguridad internacional será, al menos en el corto plazo, un factor menos para preocupar y ocupar a los gobiernos con problemáticas de terrorismo fundamentalista islámico de alcance internacional.
Aunque todavía existen ciertos remanentes de grupos similares a Al-Qaeda, como el Estado Islámico y algunos otros de carácter regional, como Boko Haram o Al Shaabab (ambos operativos en África del Norte principalmente), ninguno llegó a perpetrar ataques contra su antiguo patrocinador y aliado estadounidense como Al-Qaeda, ni tampoco llegó a reconfigurar toda una política internacional de seguridad y de posterior intervención militar en Medio Oriente liderada por Estados Unidos después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Esto último quizá sea un legado más ominoso en términos de vidas humanas que el propio flagelo de los ataques terroristas internacionales, pues contando la Guerra en Irak (2003-2011), la Guerra en Siria (2011-) y la lucha contra el Estado Islámico en Irak (2013-2017), los muertos, heridos y desplazados fácilmente pueden alcanzar cifras de millones de afectados directos e indirectos.
Y lo que es peor aún, aquellos países que se autodenominaron como “Guardianes de la lucha antiterrorista” (Estados Unidos y sus aliados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte) no parecen tener la menor voluntad de buscar soluciones en los países atormentados por el extremismo islámico, más que la de hallar cualquier pretexto para que el ejercicio y el presupuesto militar no dejen de fluir hacia las zonas de “amenaza”, y ahora se ha encontrado una nueva ventana de oportunidad en Ucrania, aunque por pretextos totalmente distintos.
Por otro lado, si bien la muerte de al-Zawahiri podría representar un motivo de tranquilidad para el estudio de la realidad y la seguridad internacional, esto no significa que tanto el peligro como el pretexto de la intervención militar fincado en el terrorismo por parte del ala belicista euroatlántica deba dejar de monitorearse por medio de las narrativas gubernamentales que busquen construir un nuevo chivo expiatorio-amenaza global en el futuro.
Esto por su capacidad de ser redefinido a conveniencia, pues desde la segunda mitad del siglo XX la amenaza comunista internacional, sucedida por un breve lapso de estabilidad internacional entre 1991 y 2001 (exceptuando la cruenta desintegración de Yugoslavia), vino a ser sustituida por la amenaza terrorista internacional que permitiera mantener un régimen político y militar internacional asimétrico determinado por Washington y que, dependiendo del abordaje que tomemos, parece crear más problemas de los que resuelve.