La pregunta por las organizaciones políticas puede sintetizarse así: ¿cómo tomar decisiones y equilibrar fuerzas para garantizar efectividad transformadora pero también continuidad en un régimen?
El Partido Comunista Chino (PCC) fue fundado en 1921 por Chen Duxiu y Li Dazhao. En ese entonces representaba al ala izquierda del movimiento nacionalista del Koumitang. Todo esto cambió cuando Chiang Kai-shek los traicionó, precipitando el cisma y la guerra civil. Después de varios sucesos, el PCC venció al Kuomintang y estableció la República Popular China el 1 de octubre de 1949. Hoy no sólo sigue vivo: tiene más de 98 millones de miembros, es el segundo partido político más grande del mundo, después del Bharatiya Janata, de India, y, lo que más interesa para este texto, es la principal organización política en el resurgimiento de China como potencia global.
El principio fundamental del PCC, al menos desde 1945, cuando fue incorporado al artículo 3 de la constitución nacional, es la democracia centralizada; idea normalmente relacionada con la escuela del marxismo-leninismo que el mismo Lenin describía como «libertad de discusión; unidad de acción».
Esta directriz genera una muy interesante tensión organizacional: al momento de tomar decisiones, se deben tener discusiones críticas y libres para luego votar. Una vez que se logra un claro ganador, la expectativa es igualmente clara: las minorías se someten a las mayorías y todos, como organización, respetan y siguen las decisiones tomadas. En pocas palabras, es un principio que intenta darle vida a las intuiciones democráticas (sobre todo al principio de igualdad), pero manteniendo la efectividad y la fuerza que sólo se logra en la unión. Esto, además, busca sortear contextos que exigen tomar decisiones rápidamente. Este punto fue uno de los quiebres entre bolcheviques y mencheviques en la Unión Soviética. Los últimos buscaban una disciplina partidista más flexible, que incluso llegara a reconocer formalmente la existencia de facciones al interior del partido y a darles juego para solventar las tensiones e incluso aprovechar las supuestas ventajas de la deliberación. Esa idea, encarnada en el Partido Socialista Francés, fue la inspiración de las tribus o corrientes en México del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que, más que enriquecer al partido, lo tenían siempre al borde del abismo.
Hoy en día el partido chino sigue considerando a la democracia centralizada como su principio más importante (quizá junto con el de liderazgo colectivo, que sobre todo en épocas recientes se ha entendido como igualdad imbuida de responsabilidad en la consecución de los encargos). En general, se entiende que la democracia es la parte más importante de la tensión sin la cual el socialismo es imposible; pero, al mismo tiempo, para que la democracia funcione adecuadamente y logre implementación, requiere centralización en el sentido ya descrito.
Estas nociones pueden ser disonantes para nosotros, acostumbrados a pensar en democracia como un principio más individual y menos comprometedor. Sin embargo, me parece que los resultados chinos obligan a tomarnos en serio sus propuestas; sobre todo frente a la necesaria renovación que deberá atravesar el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) una vez que Andrés Manuel López Obrador se retire.