A cuatro años del arranque de este gobierno, las grandes líneas de defensa que intentan desde ya posicionarse como campaña electoral de una oposición extraviada están centradas en el respaldo a un modelo de supuestos contrapesos al poder político. La apuesta se encuentra en señalar de manera sistemática que este gobierno busca destruir esos contrapesos, expresados en esta construcción como una división de poderes rota, órganos autónomos asediados y una prensa perseguida. Los contrapesos al autoritarismo están bajo ataque, pues, una fórmula ganadora en muchos países latinoamericanos que han intentado con mayor o menor éxito una transformación social.
Resulta incomprensible para estos actores políticos o económicos de oposición el hecho de que, a cuatro años de estar dando y dando con el tema del autoritarismo, no sean capaces de articular un triunfo que se refleje en la pérdida de popularidad del presidente y el proyecto que encabeza.
Pero junto con la entrega de resultados que en el mismo período se han vuelto visibles para una proporción importante de la población, otro fenómeno ha ocurrido como irremediable búmeran para la oposición y es el hecho de que, mientras más gritan autoritarismo, más se desnuda la historia de simulaciones de la que han sido protagonistas, dentro de lo que quisieron vender como una democracia institucionalizada de contrapesos efectivos y autoridades civiles. Y los tres grandes escenarios de su defensa presentan ese desafortunado engaño que cada vez menos personas están dispuestas a creer.
Escenario 1: Una división de poderes a la que frecuentemente se alude como causa liberal, pero que en los hechos nunca ha sido efectiva, ni desde el punto de vista partidista, ni desde el punto de vista de la misión de cada poder en relación a otros que normalmente no se nombran, como el económico. A estas alturas resulta muy difícil para una oposición legislativa sostener el lema de la división frente a una trayectoria de votos unánimes del grueso partidista con el ejecutivo en turno y en beneficio de intereses particulares. Tampoco es sostenible ya la alusión a un poder judicial supuestamente autónomo del ejecutivo o, de nuevo, de intereses económicos poderosos. Acciones de importantes actores judiciales del pasado se encuentran en absoluta sintonía con sus definiciones actuales en favor de los mismos grupos y han quedado al descubierto.
Escenario 2: Una situación similar ocurre con los órganos autónomos pero más dramática, en función de la claridad con la que se ha desnudado que desde su creación fueron diseñados para solapar la ya existente simulación, con un resultado aún más grotesco si se considera la autodefensa de privilegios institucionales, como lo son la permanencia de altos salarios y prestaciones. En cuanto a su objeto, casos como el de Cofece (Comisión Federal de Competencia Económica) con las mineras, Ifetel (Instituto Federal de Telecomunicaciones) con la defensa de actores preponderantes, o el INE (Instituto Nacional Electoral) con su comportamiento de franco opositor partidista, han dado razón al presidente cuando asegura que son autónomos pero del pueblo.
Escenario 3: La llevada y traída defensa de una libertad de prensa en el país; paradójicamente existe por primera vez respecto del poder político en el ámbito federal, pero sigue exhibiendo su nociva relación (a veces cómplice, a veces en calidad de rehén) con sectores de interés de todo tipo en los estados, municipios, con grupos criminales o empresariales nacionales e internacionales. Si algo ha sido herido de muerte en este sexenio es la credibilidad de los medios de comunicación corporativos y algunos supuestamente independientes, cuyas agendas han quedado también al descubierto.
La nitidez con la que hoy puede verse el conjunto de mentiras sistemáticas del régimen de que venimos ha hecho patente la importancia del hecho de que en manos de la población tiene que estar el mayor contrapeso, uno cuya causa no es la defensa de una institución en sí misma, de un cascarón, sino de que cualquiera de ellas se encuentre encabezada por quien tenga credibilidad y autoridad moral para cumplir la promesa de su función social. Por contradictorio que parezca, ese es el mayor legado de la actual oposición.