Imaginemos una sesión psicoanalítica, imaginemos a un hombre o a una mujer contando fantasías angustiosas sobre la convicción de estar viviendo bajo un régimen autoritario en México, imaginemos las expresiones de desconsuelo auténtico por vivir bajo los caprichos de Andrés Manuel López Obrador, un auténtico dictador. Imaginemos —porque eso es lo que sucede— que el paciente dice la verdad; que sus palabras son subjetivas, no mentirosas; imaginemos el discurso de un sujeto, no el discurso de un político.
No es imposible que suceda algo así en un consultorio. La única regla en el espacio psicoanalítico es hablar de cualquier cosa que le venga a uno (al analizante) a la mente; sin importar si es una idea inteligente o no, si es comprensible o no, si viene al caso o no, si es vergonzosa o no… a un consultorio psicoanalítico se lleva cualquier tema, y esto podría incluir, ¿por qué no?, los temas más relevantes de la vida pública del país.
En el habla cotidiana “AMLO es un dictador” tiene una sola respuesta: “AMLO no es un dictador”. Sin embargo, si suponemos la existencia del inconsciente, esto cambia. La torsión que supone el inconsciente implica una verdad de otra naturaleza; una verdad hecha con otros principios lógicos, una verdad hecha de condensación y desplazamiento, de metáforas y metonimias. En el inconsciente AMLO no es AMLO, AMLO es un significante y el significante en el inconsciente no significa nada, o, para decirlo con menos enigma, el significante en el inconsciente siempre significa otra cosa.
Desde esta otra naturaleza de las palabras habría que preguntar quién es el dictador. Ante la claridad de estar viviendo una dictadura, el analista no debería oponer la postura objetiva de que no exista esa dictadura. Por el contrario, el analista querría saber de qué está hecha, cuáles son las libertades amenazadas, de qué se compone ese terror; la maniobra psicoanalítica no radicaría en corregir la percepción, sino en poner el acento sobre la consistencia del peligro. Si hay un dictador, hablemos de él, la pregunta es quién es ese dictador.
En ese punto, en esa pregunta se juntan la verdad del sujeto y su propio escamoteo. La pregunta de quién es el dictador implica quién es el verdadero dictador, quién es el dictador desconocido para usted mismo, quién es el dictador al que viene usted a denunciar, quién es el dictador de dictadores, cuál es la imagen de esa presencia inmensa, quién es ese hombre del que no hay que confiar, ese hombre autoritario cuya presencia le inspira tanto temor.
Imaginemos que con esa pregunta se abriese algo más que la verdad sobre “la dictadura que vivimos en México”, imaginemos que con esa pregunta se abriese incluso algo más allá de los fantasmas infantiles, imaginemos una operación psicoanalíticamente exitosa (ese bisturí de la palabra que le da vuelta a la superficie del mundo), imaginemos que con ello se abriese una aventura real del sujeto; imaginemos, pues, que a partir de ello surgiera la experiencia de la vergüenza.