Tonatiuh Cualo

Columnas Plebeyas

Mientras tanto el universo sigue su camino y no se preocupa de nuestros problemas.

Lo pensaba el otro día, con los ojos quemados por el sol detrás de las nubes, detrás de la luna. La cara hacia el cielo, como todos al mismo tiempo. Bueno, casi todos, porque había algunos que no estaban mirando hacia arriba. Dos eran taxistas, mulatos, caleños, ocupados en discutir de la selección de Colombia, que acabó empatando su partido con la de Uruguay.

Esto para decir que no todos hacen lo que uno se esperaría. No a todos le interesan los fenómenos que interesan al universo. Esos que piensan que hay cosas que importan al mundo. Como una guerra.

No hay que hablar de la guerra durante la guerra, al parecer. Y todos lo hacen, así que mejor me abstengo. Lo haré cuando todos los demás estarán hablando del tema del momento.

Así que hoy hablaremos de otra cosa, a partir de este Tonatiuh Cualo, el sol comido.

El otro día estaba leyendo de la lucha diaria de Hutzilopochtli en contra de los dioses nocturnos para mantener viva la humanidad y que no destruya al sol. La luna (la diosa Coyolxauhqui), que se come al sol, es entonces una amenaza no sólo para el astro, sino para todos los seres de nuestra especie. O por lo menos esto entendí de las historias que contaban los mexicas.

Es una guerra la que emprende cada día Huitzilopochtli, que todas las mañanas vuelve a nacer del vientre de su madre tierra, Coatlicue, combate contra sus 400 hermanos, las estrellas Centzon Huitznáhuac, y su hermana Coyolxauhqui, y acaba muriendo todas las tardes.

Así me lo contó una vez un hombre que sabía de guerra y de paz, mientras comía una nieve de mamey, en la luz del atardecer, justo en el momento en el que estaba muriendo el dios de los mexicas.

Habló de una leyenda sobre Coatlicue, la madre tierra, que vivía una vida casta en el templo, después de haber creado a la luna y las estrellas.

Un día, sin previo aviso, Coatlicue se sintió embarazada, después de haber dejado una bola de plumón en su vientre. Y ese embarazo inesperado generó la ira de su hija Coyolxauhqui, la luna, y de sus hijos Centzon Huitznáhuac, las estrellas. Una ira injustificada si la vemos desde nuestra perspectiva, pero ya saben cómo son de sensibles los dioses.

La cosa es que los hijos furibundos se convencieron de que su ira justificaría la muerte de su propia madre.

Coatlicue ya se preparaba para la muerte, pero empezó a escuchar una voz dentro de sí, la voz de su hijo Huitzilopochtli, que le aseguró que nadie la iba a tocar, que él la iba a proteger. Y así fue. Justo cuando los demás hijos llegaban para asesinar a la madre, nació él y enfrentó a sus hermanos y a su hermana con su arma viva, Xiuhcóatl, la serpiente de fuego, el rayo de sol, con la que le cortó la cabeza a Coyolxauhqui y con la que todos los días pone en fuga a las fuerzas de la noche para regalar un nuevo día de luz y de vida a los hombres.

Me entusiasmó esta historia y quise saber más. Así que el hombre continuó.

—Todos los días se vuelve a repetir esta guerra divina, un combate que requiere mucha energía. Por eso el dios del sol, el más importante para los mexicas, necesita de mucha fuerza. Y los hombres le tienen que procurar de comer, pero no una comida cualquiera, no. Eso no es suficiente, porque él desdeña los alimentos groseros de los hombres. Necesita el líquido precioso, el chalchíhuitl, el fluido de vida.

Me quedé pensando en la necesidad de alimentar al dios del sol, el Tezcatlipoca azul, Huitzilopochtli, para que tenga la fuerza cada día de fugar a los dioses de la noche y salvar a la humanidad.

Es entonces importante el tributo de sangre, el líquido precioso es imprescindible para nuestra propia supervivencia. Debe ser por esto que los pueblos del mundo insisten en ofrecer un tributo de sangre tan abundante a través de la guerra: para que Huitzilopochtli nunca tenga que ser derrotado frente a las fuerzas de la noche.

Debe ser por eso.

Pero me pregunto si no será una ofrenda demasiado generosa.

(Si me preguntan a mí, no sé nada de tributos para los dioses, ni de espadas de fuego, pero seguro sería un desastre si la luna acabara comiéndose al sol).

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