Como un tsunami fue catalogada la victoria de Andrés Manuel López Obrador y del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en las elecciones presidenciales y en cinco estados en 2018. A lo largo del sexenio, el avance del partido a nivel local siguió modificando el terreno político, y a cinco años de aquella crucial elección el tsunami sigue teniendo consecuencias no sólo en el cambio de las siglas al frente de los gobiernos, sino, de manera más trascendente, en el resquebrajamiento del sistema de partidos. Expulsiones de militantes, renuncias, adhesiones y una disputa por las pocas candidaturas en la oposición con algunas posibilidades de ser exitosas son parte de estas consecuencias.
Muchas figuras políticas de la oposición navegaron el sexenio sabiendo que al final no tendrían más cabida en sus partidos. Hoy esas figuras empiezan a coquetear con Morena y el partido no ha dudado en presumir sus nuevas adhesiones como un reflejo de la crisis por la que atraviesan las fuerzas tradicionales. Una crítica superficial señala que Morena está “recogiendo cascajo” y renunciando a sus principios.
Esta sobresimplificación ignora que en la antesala de un proceso electoral es vital tejer alianzas y que en casos contados hay liderazgos que representan a grupos que tienen la legítima aspiración de estar representados y participar en el juego político. Podemos compartir o no algunas de las posiciones de estos grupos, pero ignorarlos no los hace desaparecer por arte de magia. Más aún, como ya sucedió en 2018 con el entonces Partido Encuentro Social, hoy Partido Encuentro Solidario (PES), lo que debe vigilarse es que en las negociaciones no se abra la puerta a agendas conservadoras.
Además, aunque el proceso electoral de 2024 está prácticamente arrancado y los esfuerzos de los partidos están centrados en él, también es cierto que las actuales legislaturas en el senado y el congreso tendrán todavía un año más de trabajos y requerirán de acuerdos para las asignaturas pendientes del actual gobierno federal en su último año.
Otra de las consecuencias del tsunami es que hay demasiados partidos cuya única cualidad es oponerse a López Obrador. Con una cantidad de espacios cada vez más reducida a causa de malos resultados en elecciones locales y de la erosión de su presencia territorial, principalmente de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y de la Revolución Democrática (PRD), la disputa interna por candidaturas competitivas se torna cada vez más feroz.
Ya en el 2000 una sacudida al sistema de partidos desencadenó una transición democrática inconclusa por la traición del Partido Acción Nacional (PAN) a la confianza de los ciudadanos para desterrar el priismo del terreno político. Más recientemente, a pesar del duro golpe del tsunami de 2018, los llamados sol azteca y tricolor lograron transitar el sexenio como zombis gracias a la beneficiosa alianza con el blanquiazul, que les ha dado vida y presupuesto a cambio de renunciar a sus doctrinas más elementales. El régimen viejo de partidos se resiste a morir y los partidos escolta del Frente Amplio —que agrupa a estas tres fuerzas— apuestan a que su alianza sea competitiva en la elección presidencial.
Pero la aparente competitividad del Frente, basada en lo sucedido en la elección intermedia de 2021 y las elecciones estatales de 2023, es una ilusión. En 2024 no habrá muchos espacios, como Coahuila o el Estado de México, en que la operación priista pueda contrarrestar el efecto del desprestigio de esas fuerzas políticas entre los votantes.
Con muy pocas posibilidades de triunfo y con demasiadas personas que aspiran a un cargo para mantenerse vigentes un sexenio más, es comprensible la puja al interior de los partidos del Frente por candidaturas. Las expulsiones del PRI de varios miembros con apellidos históricos dentro de sus filas y las decisiones cupulares para excluir a figuras incómodas de los procesos internos harán que todavía más personajes busquen acomodo en otras fuerzas políticas.
En todo esto hay un riesgo principal para Morena y es que la militancia y las bases se sientan desplazadas por las nuevas incorporaciones a la coalición. Se requieren más y no menos mecanismos para abrir espacios de participación a quienes recorren las calles y pegan propaganda. Tal es el caso de la tómbola para la determinación de las diputaciones plurinominales, un acierto que permite a figuras externas acceder a cargos de representación sin ser políticos profesionales. Las adhesiones VIP o los pases directos para ocupar cargos de representación son prácticas que deben terminarse junto con el viejo régimen de partidos.