A un año de que concluya el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, los opositores se encuentran en una posición insostenible. Al principio, su esperanza era que, tras el tsunami del 2018, todo se tratara de un accidente y las cosas volvieran paulatinamente a la normalidad. Creían que el ejercicio de gobierno desgastaría al partido en el poder. Pero, a pesar de encarar una presión constante a través de los medios de comunicación, ha pasado lo contrario: de acuerdo con la analista Morning Consult, la aprobación del presidente es del 65 por ciento, muy por encima de su nivel de votación (53.19 por ciento).
Cada día es más complicado para los partidos que ahora conforman el Frente Amplio por México —los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD)— presentar candidatos ganadores. Hace cinco años tenían en sus manos 30 de las 32 entidades (a Chiapas lo gobernaba el Partido Verde Ecologista de México —PVEM— en alianza con el PRI y a Nuevo León, un expriista que se lanzó como candidato independiente, Jaime Rodríguez El Bronco). Hoy tan sólo gobiernan en siete estados.
No sólo se observa una pérdida en cargos de elección popular, sino por consiguiente también en el financiamiento y, sobre todo, en su credibilidad. En las elecciones del 2000, a pesar de ser derrotado, el PRI pudo conservar una fuerte base territorial a través de los gobiernos estatales, lo que en 2012 le permitió regresar a Los Pinos. Tras aquel desastroso sexenio, la crisis fue aún más evidente en 2018, cuando tuvo que presentar a un tecnócrata, aunque no estaba afiliado al tricolor, para tratar de lavarse la cara. Sin embargo, era imposible no asociar a José Antonio Meade con ellos. Para 2024, la situación es más grave, pues el partido que abarcaba otrora a todo el sistema político ya ni siquiera es capaz de presentar un candidato propio, sino que tiene que conformarse con quedar relegado a un segundo plano.
Los números son claros: los tres partidos que hasta hace poco se repartían el pastel están recolectando migajas. Esa es una de las razones por las que se ha incrementado el número de renuncias en los meses recientes. Cierto es que Alejandro Moreno se adueñó del PRI y distribuye las candidaturas entre sus cercanos, pero igualmente es cierto que le queda muy poco por repartir. Los que hasta hace poco eran los partidos hegemónicos han sido reducidos a un fenómeno muy menor, incluso el PRD, el usurpador institucional de la izquierda nacionalista, es muy probable que desaparezca.
Ya desde hace bastante tiempo atrás estas facciones se habían alejado de los electores y terminado con su credibilidad. Vicente Fox, por ejemplo, se presentó como un cambio ciudadano y en vez de eso significó la profundización de un mismo proyecto y un gobierno con una misma élite. No es ninguna casualidad que el PAN tenga problemas para afiliar simpatizantes. Al final del día, el Pacto por México era el anuncio público de que la democracia que abanderaban era mera simulación.
Xóchitl Gálvez no es otra cosa que uno de los últimos síntomas de ese modelo que dominó las últimas cuatro décadas y se está desdibujando. Sin ideales, sin causas y sin proyecto. La oposición no puede expresar ningún motivo para apoyarla en su carrera presidencial, sólo descalificaciones al proyecto obradorista, sin siquiera tratar de entender las razones de sus éxitos o poder articular una propuesta que ataque sus falencias. Como lo sostenía al principio, está en una posición insostenible, al mismo tiempo rechaza lo que pretende emular en su desesperación de atraer electores.
Las ilusiones del pequeño grupúsculo que ha promovido la candidatura de Gálvez se desmoronan cada vez que habla. Más se tarda en afirmar que en tener que salir a desdecirse. Aun peores son los personajes de los que se ha rodeado: ha sugerido que un acusado de narcotráfico sea el responsable de la seguridad del país y uno de los arquitectos del error de diciembre el del proyecto político.
Aún no comienzan las campañas y ya suenan los rumores de que en la oposición se equivocaron de candidata. Su mayor problema es que no cuentan con perfiles para sustituirla. Pero, a pesar de que han transitado cinco años y muchas derrotas, se niegan a entender que algo cambió por completo en México.