Cuenta cantando María Elena Walsh: había una vez un bru, un brujito que en Gulubú/ a toda la población/ embrujaba sin ton ni son/ Pero un día llegó el doctorrr/ manejando un cuatrimotorrr/ ¿Y saben lo que pasó?/ ¿No?
Es sabido que la entrañable cantautora infantil en sus cuentos y canciones fue una enorme educadora política (los militares argentinos lo entendieron y prohibieron libros infantiles de su autoría, como por ejemplo Dailan Kifki). En México su música y sus cuentos resuenan muchas veces por diversas razones. En el cuadro político de hoy, vienen a mi memoria dos de ellas: una infantil y otra para adultos (por cuadrarnos en la caprichosa clasificación del canto fábula que, sin respetar frontera alguna, cala hondo en todas las almas).
Empiezo por la segunda: “Como la cigarra”, que el 1 de julio de 2018 retumbaba en los aires de memoria aquí en México, con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, y cada tanto retorna, cuando los dardos del resentimiento de los privilegiados se lanzan contra algún funcionario de la actual administración que quiere recordarle a la política su raigambre ética y social: Tantas veces me mataron/ tantas veces me morí/ sin embargo estoy aquí/ resucitando… En estos años resonó una y otra vez la plegaria que late en esa canción: gracias doy a la desgracia/ y a la mano con puñal/ porque me mató tan mal/ y seguí cantando/ Cantando al sol como la cigarra… Aun en el contexto de la judicialización de la política (que permea corroyendo la vida cotidiana), una potente vacuna contra el resentimiento de quienes temen perder privilegios es el agradecimiento de quien “el que nada debe, nada teme”.
De vez en cuando la realidad nos recuerda que el afán de crecer y acumular sin límite cuesta vidas. Muchísimas personas murieron en el mundo la pandemia pasada. El covid ignoró las diferencias de clase y las autoridades sanitarias de este mundo desigual actuaron dentro del sistema global como se los permitió su imaginación política. Hubo gobiernos que (en el maridaje de industria farmacéutica y bélica) replicaron el paradigma belicista contra el virus, otros vieron en el covid una posibilidad para acelerar limpiezas étnicas; pero hubo otros países que lo trataron con más humildad. Particularísima fue la forma en que México afrontó la calamidad: sin perder la calma. Como lo exige la amplitud de miras, el gobierno mexicano comprendió de inmediato que la emergencia sanitaria exigía abordar la salud pública de manera integral. Atendiendo los distintos aspectos que convergían en el dolorosísimo cuadro, involucró a todas las instancias del Estado y, sin dejarse encandilar por los oropeles de la tecnocracia coludida con el capital, modestamente se dejó enseñar por el tupido entramado intercultural de saberes con el fin de proteger la vulnerabilidad que se expresaba a gritos.
Había un vocero de salud que todas las tardes nos alfabetizaba con un lenguaje dialógico que dejaba escuchar una miríada de saberes. Haciendo honor a la anatomía humana de dos orejas y una sola boca, Hugo López Gatell cada tarde respondía con humildad preguntas y provocaciones. Nos enseñó a escuchar perspectivas diversas e iluminadoras de la salud pública. Cotidianamente el “doctor Gatell” afrontaba repetidas acusaciones mostrando con paciencia, dignidad y respeto la complejidad y, sobre todo, la perplejidad que dejaba al descubierto la insoslayable soberbia de la ciencia prostituida por el capital. Una vez más, la originalidad de México —su arte del desprejuicio— le mostró al mundo que —dejando de lado la ilusión de omnipotencia— el drama social podía (y era necesario) ser abordado desde la honestidad solidaria y el cuidado. Cada tarde, el doctor daba lecciones de un ejercicio de la autoridad libre de autoritarismo. Consciente de la crueldad de los síntomas, nos enseñó las causas de las comorbilidades (la razón de la muerte que parecía imparable) … Así, desenmascaró a los responsables de la muerte: la ponzoñosa industria que se pretende “alimentaria”. Diabetes, hipertensión y obesidad se revelaron causas de la vulneración que provocaba la muerte masiva y a la vez consecuencias de la colusión de las anteriores administraciones de la salud pública con el capital. Recuperar la dignidad de lo público (ni más ni menos que la salud, en el sentido amplio) sigue siendo la brújula de la 4T. Desde la oposición, la mezquindad con fuero —nutrida por jugosas prebendas e indignada por semejante ejercicio democrático de la autoridad— judicializó el dolor social y hoy algunos doctos, que temen perder migajas de privilegios, se hacen eco de ese uso autoritario y faccioso —privatizador— del aparato de justicia.
Pasamos entonces a la canción “infantil” de María Elena Walsh. ¿No saben lo que pasó cuando llegó el doctorrr? Les cuento: todas las brujerías/ del brujito de Gulubú (es decir, el sistema neoliberal que desmanteló —embrujando a través de los medios— la salud pública), cuando llegó el doctorrrr (Gatell y su equipo) en su cuatrimotorrr (4T) se curaron con la vacú/ con la vacuna/ luna luna lú.
Esa vacuna es la de la autoridad genuina que nos libera del autoritarismo con el cual los medios brujos, además de una falsa idea de educación, tenían hechizada a la nación (por ejemplo, la vaca se enmudeció y los chicos eran muy bu/ burros todos en Gulubú… hasta que la vacuna curó a todos de la brujería). Con esta vacuna la vida comunitaria toma consciencia de la salud pública mientras se inmuniza contra el embrujo privatizador.
Y, para terminar: ¿saben ustedes lo que le pasó al brujito?
Ha sido el brujito el ú/ Uno y único en Gulubú/ Que lloró, pateó y mordió (los poderes fácticos calumniaron y judicializaron)/ Cuando el médico lo pinchó (con la vacuna contra el autoritarismo y la infodemia)/ Y después se marchó el doctorrr/ Manejando el cuatrimotorrr (próximamente sabremos hacia dónde irá el doctor Gatell manejando el cuatrimotor de la 4T). Hasta saber la continuación de esta historia, propongo honrar el legítimo ejercicio de la autoridad con:
¡Es un honor estar con el doctor!