Andrés Manuel es imposible; representa lo imposible, por ejemplo, de llegar a la presidencia, lo imposible de sobreponerse a la oligarquía y al poder instituido; López Obrador encarna lo imposible de llegar a la presidencia, pero no solamente eso, también representa lo imposible del goce, del goce social y su contabilización.
Los opositores consideran que se trata solamente de un sueño; siguen pensando que el mandatario es tan irreal que soplando fuerte lo van a derribar; no se acostumbran a que lo imposible es real; aún más: no saben que la fuerza y el sostén suyos son eso y cada vez que gritan eso imposible se consolida más.
No es precisamente que lo imposible se haya vuelto posible, pero no importa, no entremos a la metafísica del vacío y lo irreal del mundo. Lo que me llama la atención es lo utópico de cambiar el estado de las cosas, aunque sea solamente las cosas de un país, me refiero al destino de los otros, de los otros desconocidos; porque entre los amigos y familiares ya sabemos que podemos cambiar —para bien o para mal— algunas vidas. Me refiero a los otros desconocidos sobre los que la política tiene efectos personales.
Me parece raro que el ánimo de millones de personas dependa de un gobierno, es imposible que las calles se alegren, es imposible también, hay que decirlo, saber si lo que dibujo en estas líneas es verdad: si el gobierno de López Obrador —como intento decir— ha renovado el ánimo nacional. Es imposible medir el gozo social de un sábado en la mañana, es imposible sumar la energía humana de una ciudad: aunque la apropiación de los espacios públicos, los músicos en la calle y las bandas en los restaurantes se puedan contar, hay algo que no admite cálculos.
Tampoco se puede saber qué tan loco es uno, qué tan ideologizado, qué tan cierto es ver los veranos más veranos y los festivos más festivos, qué tan cierto es —como lo ve uno— que haya más partidos de futbol en las ligas populares, más alegría en las organizaciones deportivas, y este es el punto: qué tan preciso es atribuir esto a la cuarta transformación. Es difícil determinar la verdad y más difícil discriminar la verdad de lo que uno ve como verdad.
Sin embargo, se contabilizan cinco millones de personas que han salido de la pobreza en México en los años en que López Obrador ha gobernado; se sabe bien que no se debe a factores exteriores o a la buena suerte en términos económicos; por el contrario, se reconoce que estos años se inscriben en un contexto económico adverso y el número funciona entonces como demostración. De esta forma podemos pasar de “lo que se ve en la calle”, de “lo que se siente en el aire”, del “pueblo que renace de su ruina y la plaza liberada” a un número que funciona como demostración. En ese sentido, el presidente es real no solamente porque siempre ha sido imposible (Lacan define lo Real como lo imposible), sino por la demostración lógica de su gobierno, por lo imposible de negar su resultado. Millones de personas con mejores condiciones de vida funcionan como un límite, como un punto de basta a la inalcanzable numeración del goce.