Muchas de las crónicas coloniales coinciden en un evento fundamental del “reinado” de Ahuizotl, octavo huey taltoani mexica: su fallida gestión en torno al suministro de agua potable para la urbe más grande y poblada de Mesoamérica, la gran Tenochtitlan. Relata fray Diego Durán en su Historia de las Indias de Nueva España y Yslas de tierra firme que Ahuizotl mandó construir el acueducto de Acuecuexco, que suministraría agua de los ricos manantiales de Coyoacán para mantener el nivel en los acalotes de riego de las chinampas en la laguna de México. La vanidad del invicto tlatoani y su indisposición de realizar los rituales propiciatorios a las deidades acuáticas provocó que el violento flujo se volviera incontrolable al punto de inundar la ciudad y tornarla inhabitable por algunos años. Siglos después, en el porfiriato, cuando las fuentes tradicionales de agua fueron insuficientes para satisfacer la creciente demanda de agua en la moderna metrópoli de México, se determinó, gracias a los estudios de Antonio Peñafiel, que las aguas de mayor calidad de la cuenca eran aquellas de los manantiales de Coyoacán y Xochimilco, mismas que alimentaban el gran lago de Chalco-Xochimilco y constituían uno de los pilares del equilibrio hídrico de la cuenca. Décadas después el caudal ecológico de la cuenca de México era insuficiente y la ciudad consumía más agua de la disponible de forma natural a través de la importación de agua por el sistema Lerma-Cutzamala. Los lagos de agua dulce se habían secado y se importaba agua. Una paradoja absoluta.
No hace falta remitirse a la historia para constatar que la gestión del agua en México está rota. Desafortunadamente, la experiencia histórica de la cuenca de México no es una excepeción sino una norma cada vez más generalizada. Hace tan sólo unas semanas Samuel García informaba a los neoleoneses que, si bien no era Tláloc, intentaría una proeza. En público explicó: “si hoy (…) le atinamos al bombardeo aquí y me escurren todos estos ríos a La Boca, ya fregamos al menos unas semanas”. El suministro urbano de agua dejado a la suerte. En diversas regiones del país, procesos análogos al de la cuenca de México han conducido a situaciones realmente críticas como la que hoy vive la zona metropolitana de Monterrey. Actualmente existe presión hídrica en la mayor parte del territorio nacional, situación que afecta a la mayoría de la población. De manera general, sólo el sur y sureste del país escapan a esta encrucijada. El centro vive una presión hídrica moderada, mientras que la mayor parte del norte atraviesa una situación en donde más del 40 por ciento del recurso está concesionado a intereses privados, como las empresas embotelladoras y otras industrias.
Podría pensarse que esta realidad tiene una explicación natural, pues las regiones tropicales perciben mayor precipitación de lluvia que las desérticas. Sin embargo, el actual modelo de gestión de los recursos hídricos ha condicionado de forma importante un desarrollo urbano e industrial desigual en amplias zonas del país. El resultado ha sido un modelo de gestión del agua injusto e incompatible con una visión incluyente del desarrollo, pues prioriza la explotación privada a través de concesiones sobre el bienestar colectivo y el equilibrio ecológico. ¿Cuál es el origen de la ley de aguas nacionales?, ¿qué visión de desarrollo está implícita en ella?, ¿qué relación existe entre la ley de aguas, la ley minera y la reforma al artículo 27 constitucional de 1992?, ¿cómo podemos aventurar modelos alternativos en beneficio del pueblo de México?, ¿por qué hablar del agua es hablar de la nación? En próximas entregas abordaré estas y otras preguntas.