Los análisis acerca de la decadencia del Partido de la Revolución Democrática (PRD) son numerosos tanto en el contexto de la opinión pública como en el académico. Ello no es casualidad, puesto que del caso se desprende una interrogante que puede parecer algo obvia pero no por ello es irrelevante: ¿cómo es posible que un partido político que supo llegar a ser un partido tradicional, que supo instalarse en el equilibrio tripartidista que mantuvo este país por unos 15 años y que supo contender seriamente por la presidencia de la república en varias ocasiones se encuentre en una decadencia tan pronunciada y acelerada?
La respuesta más evidente, pues atiende una de las causas más inmediatas de la decadencia perredista, es el extendido conflicto entre fracciones que separa a la corriente Nueva Izquierda —o de los Chuchos— de otro conjunto de fracciones agrupadas bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador. Ese conflicto se resuelve con los Chuchos conservando el control del partido como institución, pero perdiendo una gran parte de su militancia, que se reagrupa bajo la enseña del Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Para Jesús Zambrano y Jesús Ortega esta podría ser denominada una de las grandes victorias pírricas de la política mexicana contemporánea.
Para honrar a la verdad hay que decir que en el párrafo anterior se simplifican demasiado los acontecimientos, pues no todas las fracciones fuera de Nueva Izquierda abandonaron la Revolución Democrática simultáneamente, y tampoco todos los personajes que salieron del partido tuvieron como destino Morena.
Lo cierto es que la salida de AMLO los dejó mal parados pero no dilapidó todo su capital político. Los y las dirigentes de lo que quedaba del PRD tenían otros trucos para acabar con la institución, como abandonar las posiciones ideológicas de su partido tras la derrota de 2012. La firma del Pacto Por México, una alianza parlamentaria con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN) para llevar a cabo reformas neoliberales, fue otro evento clave que forzó el éxodo de los militantes que seguían considerándose de izquierda dentro de sus filas.
Y, continuando por la línea del desdibujamiento ideológico que tan pocos réditos le había proporcionado, aunque quizás como una estrategia de supervivencia —para no perder el registro—, el ciudadano Agustín Basave —hoy uno de los cerebros tras la precampaña presidencial de Luis Donaldo Colosio junior—, quien en ese entonces era presidente del PRD, decidió aliarse electoralmente con un partido que había sido su antagonista histórico, el estandarte de la derecha mexicana: Acción Nacional. Una coalición con un éxito moderado en los comicios federales intermedios de 2015, pero que sembró aún más tensiones al ya fragilísimo equilibrio interno del PRD.
El éxito moderado de la coalición, en la cual el mayor ganador fue el PAN, dejó al PRD con una fuerza de negociación aún menor. Los comicios de 2018 fueron una derrota estrepitosa para la alianza. Pero el PRD pareció no haber comprendido que el PAN le fagocitaba el poco capital político que le quedaba. Había que seguir intentando lo mismo para ver si se obtenían resultados diferentes.
Con una cuasi nula fuerza de negociación, decidió unirse a la alianza Va X México: una decisión que sólo aletargaría su ya decretada extinción. Como supo decir el periodista Alejandro Páez Varela en uno de sus programas, el PRD es como “el perrito que está viendo qué migajas caen de la mesa para comérselas”.
A partir de 2018, el sol azteca no ha parado de perder su registro en los estados donde puja por el poder. Los comicios de Quintana Roo en el 2022 permiten ver su dura realidad: la alianza PAN-PRD presentó a una militante de la Revolución Democrática, Laura Fernández Piña, y a pesar de ello el partido no pudo obtener el tres por ciento de los votos que le permitirían conservar el registro en el estado. Los votos que le correspondían se los comió Acción Nacional.
Son muy pocos los escenarios en los cuales el PRD podría conservar su registro a nivel nacional en el año 2024. En unos pocos años no quedarán ni las ruinas de las que supieron ser fuertes estructuras de poder local. Todo lo que alguna vez supo ser, fue y será devorado por Morena y el PRIAN; por motivos distintos, claro está.