La mejor política industrial es la que sí existe (II)

Columnas Plebeyas

En una entrega anterior, mencioné que la política industrial es contraria al neoliberalismo, ya que consiste en una intervención directa del Estado en el mercado mediante la distorsión deliberada de los precios, con el fin de apuntalar el desarrollo de un sector que se considera estratégico.

Algunos instrumentos de la política industrial se llevan a cabo mediante la política comercial, al establecer aranceles y cuotas a la importación y a la exportación. En un marco de una economía abierta, como la que tenemos desde que México entró al GATT —Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio— en 1986 y después con la firma de numerosos tratados de libre comercio, estos instrumentos ya no son tan relevantes. Sin embargo, no quiere decir que no se usen incluso en los bloques comerciales. Así, por ejemplo, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) incluye cláusulas de sustitución de importaciones, como el incremento en el valor de contenido regional de 66 a 75 por ciento en la fabricación de vehículos. Este tipo de cláusulas tienen un destinatario: China. A la par que Estados Unidos busca reindustrializarse, por cuestiones de seguridad nacional quiere reducir la dependencia que tiene con este país respecto a la importación de insumos que considera estratégicos, tales como los chips.

De hecho, esto nos lleva a otro tipo de instrumentos que forman parte de la política industrial. Es el caso de la banca de desarrollo. La función de este tipo de bancos es ir contra la lógica del modelo de negocios de la banca comercial. Mientras esta última tiene como objetivo prestar caro y a corto plazo, lo que busca la banca de desarrollo es prestar barato y a largo plazo. Lo que hace la banca de desarrollo es otorgar créditos a una tasa subsidiada a proyectos que tardan en madurar varios años, incluso décadas, y que, por lo mismo, difícilmente serían financiados por la banca comercial. Asimismo, en ocasiones también subsidian el tipo de cambio con el fin de que sus prestatarios pudieran adquirir bienes de capital —máquinas que sirven para hacer productos— y así sustituir la importación de bienes de consumo. Recientemente, Estados Unidos aprobó su Ley para la Reducción de la Inflación, que contempla, entre otras cosas, créditos subsidiados otorgados por el Departamento de Energía para producir localmente infraestructura de electromovilidad y generación de energía limpia. Nuevamente, el destinatario es China, ya que actualmente este país encabeza la inversión y la producción de este tipo de infraestructura. 

Este tipo de instrumentos hicieron de México un país industrial, a diferencia de la mayor parte de los países de América Latina. Privatizadas en favor de sus cuates, pero ahí siguen esas industrias: Altos Hornos de México (AHMSA), la primera planta siderúrgica moderna de México; el complejo industrial de Ciudad Sahagún, Hidalgo, donde se producen camiones y autobuses Dina, adaptados a la orografía mexicana; Concarril, hoy Bombardier, donde se fabricaron los vagones del Metro y ahora los del Tren Maya; Sicartsa, hoy Arcelor Mittal, otra siderúrgica que implicó, al igual que Ciudad Sahagún, la creación de un polo de desarrollo en una región donde anteriormente había pocas opciones de desarrollo.

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