El siglo XXI es de las mujeres. El avance en los derechos ganados en todo el mundo ha dotado al movimiento de mujeres y al feminista de una legitimidad inusitada. Por todo occidente y de manera muy notable en América Latina se diseñan políticas públicas, marcos institucionales, y se amplían derechos y oportunidades específicamente para niñas y mujeres. Sin embargo, lo que se creía consolidado en las dos primeras décadas del presente siglo da visos de un repliegue. En este marco de contradicción se balancean frágilmente los derechos para las mujeres.
Desde hace al menos 40 años la insistencia de feministas comprometidas con el avance de los derechos de las mujeres cristalizó en la institucionalización de la llamada “perspectiva de género”, que se impulsó primero en la academia y posteriormente en instituciones públicas. Primero, en las universidades se comenzó a investigar, discutir y difundir la nueva mirada que buscaba analizar los constructos sociales y culturales de los estereotipos de la feminidad y (aunque más tardíamente) de su contraparte: la masculinidad.
En los años 90 las feministas más críticas ya comenzaban a alertar acerca de las implicaciones de la institucionalización de esa mirada feminista. Nos decían en su momento que el impulso y financiación desde instancias internacionales, así como su implementación por los gobiernos conservadores, podría implicar un alejamiento de los problemas más apremiantes para las mujeres de países altamente precarizados y golpeados por las políticas neoliberales. Pero, a instancias de las propias feministas “institucionales”, en todos los países se crearon políticas, ministerios y leyes con el objetivo de medir, paliar y trabajar en aras de acabar con las desigualdades.
Sería injusto regatear los avances de las feministas que optaron en su momento por instituir agendas en pro de los derechos de las mujeres. En México han conseguido legarnos un marco jurídico indispensable para el ejercicio de los derechos plenos, incluido el más apremiante: una vida libre de violencia. A varias décadas de ese legado y frente a una ofensiva patriarcal en todo occidente, es inevitable recordar los años en que las sufragistas de inicios del siglo pasado eran vilipendiadas y ridiculizadas públicamente, con la diferencia de que, a pesar de ello, las demandas de las mujeres ahora son imprescindibles.
A pesar de que es fuerte la impresión de que las feministas ya no nadamos a contracorriente, al mismo tiempo se avizora la ofensiva patriarcal, por ejemplo por el repliegue del derecho a decidir con la revocación de la histórica sentencia Roe vs. Wade en Estados Unidos; la arremetida contra la valentía de mujeres que se atrevieron a denunciar a sus agresores en iniciativas como el #MeToo, o en la regresión que implica para las mujeres de todo el mundo que en un lugar del globo rija la ley talibán.
En este marco de contradicciones, América Latina se coloca como un faro desde donde es posible construir la vanguardia social y política para las mujeres. La transformación de las consecuencias del neoliberalismo que está encabezando México desde el 2018 brinda la posibilidad de asentar una vanguardia que, por ejemplo, ya se ha manifestado con la creación de un grupo transfronterizo entre mexicanas y estadounidenses donde las segundas se asesoran de los procesos, litigios y estrategias implementadas aquí para hacer frente a esa ofensiva patriarcal que amenaza con quitarnos parte del terreno ganado.
Fortalecer la agenda feminista en este terreno de contradicciones será una ardua tarea latinoamericanista. Es una misión histórica.