El pueblo genera un escozor equivalente a la reticencia que genera el inconsciente. El primero es el secreto de la democracia, el segundo es el secreto del psicoanálisis. Ambos generan aversión, y suponemos quienes hemos leído un poco a Sigmund Freud que la aversión al inconsciente es correlativa a una herida narcisista; suponemos, porque Freud lo dice desde muy temprano y muy claramente, que la aversión al inconsciente se muda en aversión al psicoanálisis; que el rechazo teórico ante el psicoanálisis esconde una aversión propia a los contenidos que expresa; que hay una reacción, digámoslo así, natural, al trabajo psicoanalítico; que hay una reticencia propia al no ser amos en nuestra propia casa. Pero, si nos detenemos, se trata de la misma pregunta que genera la democracia: ¿quién nos gobierna?, ¿es la razón?, ¿es la voluntad?, ¿es la técnica?, ¿o nos gobierna otra cosa? Gobierna el pueblo, el pueblo que es, entre otras cosas, el ciudadano común, el ciudadano torpe, el ciudadano deleznable. Junto al erudito y al especialista se encuentra el ciudadano inconsciente, y esto, que el valor del voto sea parejo, le otorga un lugar a la ignorancia, al no saber radical.
Todos defienden la democracia. Un bando y otro se apropian de la palabra, pero se esconde agazapada, en la legalidad democrática y en las discusiones ideológicas, la presencia de las masas ignorantes. En la noción de inconsciente gravita el problema del no saber; se trata de una ignorancia en el centro de nuestro ser (o no-ser) que nos gobierna; frente a los límites del saber se erigen razones y síntomas de todo tipo. Igualmente, frente a las condiciones de la democracia se erigen ideologías y síntomas sociales. El ignorante que gobierna; el pueblo, la masa descabezada, sin embargo, se acompaña con razonamientos sólidos, análisis politológicos serios, cuyos fundamentos olvidan, en muchas ocasiones, en la triste mayoría de las ocasiones, el vacío de saber, y una división queda expresada. Las formas estructuradas y racionales de la ciencia política cumplen una función legítima en los cálculos de gobierno, pero conforman, al mismo tiempo, el signo del ocultamiento. La centralidad lógica que ocupa la pregunta por el valor de la ignorancia en la democracia queda desplazada en conceptos técnicos; los juicios políticos se ordenan en torno a la contradicción lógica de que las masas tomen decisiones.
Las teorías y opiniones políticas se dividen, sabiéndolo o no, en ese punto: los liberales y los demócratas —y, dentro de los demócratas, los demócratas deliberativos y los demócratas radicales—. Pero existe otra dimensión, además de la división en las discusiones: las formaciones sintomáticas. El pueblo genera un escozor equivalente a la reticencia que genera el inconsciente y dicha reticencia se encuentra en el origen de ciertos síntomas. El pueblo es el secreto de la democracia y el inconsciente, del psicoanálisis. El secreto en cuanto posibilidad. En la asunción de sus condiciones, en la escucha de sus enredos es posible salir de la neurosis. Igualmente, los pasajes al acto, las mentiras sistemáticas, los fraudes electorales tienen como reverso, como salida, la escucha de esa voz desconocida, esa verdad que quiere florecer, esa lógica, ese orden ante cuya fuerza vale la pena, para empezar, quitarse el miedo.