Confieso que antes de la marcha del domingo 26 de febrero tenía mis prejuicios: yo pensaba que estaría integrada por personas que irían a manchar las suelas rojas de su calzado Louboutin con polvo del Centro de la Ciudad. Incluso, al ver que la manifestación era convocada al Zócalo capitalino me quedé pensando que era un error estratégico de quienes organizaban la marcha porque no llegarían a llenar ni la mitad del espacio.
La fotografía que muestra la Plaza de la Constitución completamente llena me sorprendió genuinamente. Las voces de la oposición no hicieron más que golpear su pecho con orgullo, pues su objetivo había sido conseguido. No pude más que preguntarme cómo habían pasado de aquellas marchas opositoras donde los pocos asistentes desfilaban arriba de sus automóviles allá por el año 2020, a una imagen como la más reciente.
Pueden pensarse múltiples factores que expliquen este incremento en la afluencia de las marchas opositoras. En primera instancia, es insoslayable la extensa y, supongo, costosa campaña de márketing que tuvo su convocatoria. Quienes consuman con frecuencia contenido en redes sociales como YouTube o Instagram habrán notado cómo la semana previa “Unid@s” lanzó una campaña que convocaba a su manifestación al compás de la consigna “Mi voto no se toca”.
En segundo lugar, tampoco hay que olvidar la extensa cobertura mediática que han obtenido las posturas en contra de la reforma constitucional en materia electoral y, posteriormente, el llamado plan B del gobierno federal. Los medios opositores, que son mayoría en los espacios de comunicación tradicionales, han dedicado ríos de tinta y una inmensa cantidad de horas de pantalla a explicar a través de mentiras, medias verdades y, ocasionalmente, verdades, los riesgos que supondría la reforma electoral propuesta por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
En tercera instancia, y parcialmente consecuencia de lo anterior, hay que subrayar el éxito que ha tenido la alianza entre ciertos consejeros, medios de comunicación, sociedad civil representativa de la oligarquía y coalición opositora para instaurar en ciertos sectores de la población la equivalencia del Instituto Nacional Electoral (INE) en su estado actual con la noción de “democracia”. Efectivamente, la educación cívica que recibimos en nuestro país carga el término democracia con un significado muy positivo y la hace el objetivo al que toda sociedad debe aspirar. He ahí la potencia de la frase del consejero Ciro Murayama “Defender al INE es defender a la democracia” entre los sectores de la población que son su objetivo.
Lo anterior denota la capacidad de seducción que ciertas voces en el debate público, principalmente los consejeros electorales opositores, han tenido para confundir a la comunidad con medias verdades. Ellos han creado un discurso para convencer a sus simpatizantes de que la única democracia existente y a la que debemos aspirar como sociedad es la procedimental. Algunos de ellos han propuesto incluso llamarla democracia sin adjetivos.
Sin embargo, el de este grupo resulta ser un argumento tramposo, pues este tipo de democracias suelen desembocar en meras oligarquías electivas, es decir que los ciudadanos no tienen mayor poder de participación que el de elegir cada tres o seis años cuál facción de las oligarquías va a gobernarlos. Modelo al cual claramente aspiraban el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN) con sus pretensiones de bipartidismo a partir de la década de 1990 y hasta el comienzo de la 4T. La democracia procedimental (elecciones limpias y división de poderes) debe ser llamada con su respectivo adjetivo, pues si no, se restringe en el debate público la aspiración a democracias más plenas, donde la voz del ciudadano cuente y se restrinjan los privilegios oligárquicos.
Finalmente, no sería falso afirmar, de acuerdo con múltiples entrevistas a los asistentes de la manifestación, que la marcha “para defender al INE” no fue más que una excusa para demostrar públicamente descontento con la 4T. Pocos habrán sido los individuos que asistieron a la marcha por alguna crítica técnica a los puntos del plan B; muchos más son aquellos que fueron para vociferar que López está destruyendo al país y a sus instituciones en general. Y hay que afrontar una realidad: la 4T ha perdido terreno en la capital, particularmente en ciertos sectores de la clase media que se sienten desatendidos, o al menos no han notado una mejora significativa en su modo de vida. La marcha, principalmente, fue de oposición al gobierno en general, no al plan B. Pero con un factor muy conveniente: ocultando filiaciones partidistas que podrían incomodar a una buena parte de los asistentes de la marcha.
La combinación de los factores enumerados anteriormente hizo que se llenara el Zócalo capitalino. Y fueron estas cuestiones las que, para mi sorpresa, hicieron que quienes visten Louboutin o Ferragamo convivieran en la marcha con quienes calzan su par de Panam o Flexi.