Tan necesaria como un buen gobierno es, para la vida democrática, una buena oposición. Su papel resulta fundamental en el ejercicio de ser contrapeso serio que abone al desarrollo y presente alternativas mientras, al inspeccionar el desempeño del gobierno, fomenta el diálogo; nada más democrático que ello. Una buena oposición asume la derrota en los comicios anteriores y reconoce que su vocación de gobernar fue truncada por voluntad popular en respuesta a diversos factores, entre ellos la carencia o inviabilidad de los proyectos que presentaron. Su responsabilidad a partir de entonces es la de construir un proyecto con sentido social.
Igual de dañina y peligrosa que un mal gobierno es una mala oposición. En momentos complicados como fue la pandemia de COVID-19, la unidad y colaboración entre distintas fuerzas políticas para sortear los estragos que el virus causó en materia de salud, impacto social y economía, tanto daño, no se dieron en nuestro país. ¿Por qué? Debido a que el bloque opositor no quiso responder a algo más allá que sus aspiraciones políticas. Poco o nada le importó el bienestar de la población; al contrario, se dedicó, en el intento de abonar a esas aspiraciones, a complicar la labor que desde el gobierno se dio y que, a pesar de los ataques, un sistema de salud público devastado, y una epidemia de enfermedades que complicaron los síntomas de la enfermedad, logró evitar cientos de miles de muertes al construir una red hospitalaria de atención para pacientes graves, un sistema de monitoreo de personas contagiadas que no requerían hospitalización, a quienes se les atendió en su domicilio, un ejercicio de transparencia a través de conferencias diarias para dar parte sobre el estado de la pandemia y con ello informar ante una guerra de desinformación, y una jornada de vacunación ejemplar con la que, de acuerdo a grupos de edad prioritarios, se continúa inoculando con las dosis que hagan falta a la totalidad de la población. Todo lo anterior ante el embate constante de la oposición: “Ya no le haga caso a Hugo López-Gatell” ─recordará─ fueron las palabras en televisión nacional de un comunicólogo vocero de la guerra narrativa que antepuso la politiquería a la salud.
Más allá de simpatías y antipatías o de ser de izquierda o de derecha, no debería de existir repudio que justifique el deseo de que un gobierno fracase, ese fallo impactaría, como desgraciadamente lo vivimos durante tantos años, en el bienestar de toda la población, de ricos y de pobres, de quienes viven en el campo y también en las grandes urbes. Por ello la buena oposición no entorpece ni torpedea acciones o programas de gobierno con la única intención de sabotear a su rival político o beneficiar intereses ajenos a los soberanos; al contrario, propone alternativas que construyan; critica cuando es edificante y no difama; hace política, mas no politiquería; presenta proyectos pero no demagogia.
Si usted, estimado lector, es opositor al gobierno, considere acercarse a quien cuente con su simpatía política para hacerle notar el importante papel en la vida pública del país que le corresponde, aproveche para exigirle que deje atrás acciones y conductas que no estén dirigidas a abonar a la vida del país y sus habitantes, hágale notar que es su labor la de recibir, estudiar y analizar las reformas, programas, acciones y políticas del gobierno en turno para, sobre ellas, dialogar y negociar a favor del bienestar de la nación y de las mayorías, es decir, del sentido común.