Una conferencia: ¿todo el poder del Estado?

Columnas Plebeyas

En primera instancia, deben señalarse dos hechos incontrovertibles: el primero es que México es desde hace tres lustros el lugar más peligroso para ejercer el periodismo; el segundo es que la principal amenaza proviene, fundamentalmente, del crimen organizado. En este panorama, la solidaridad ante cualquier ataque contra cualquier periodista o voz pública es un acto de congruencia y ética.

Ninguna voz pública, por repelente que sea, ni ningún ciudadano o ciudadana merecen lo que le ocurrió al presentador de noticias Ciro Gómez Leyva. La condena a quien intentó asesinarlo —que por fortuna no logró— debe ser unánime y la investigación llegar al fondo. Y tampoco hay que olvidar que hay otras voces públicas, sobre todo reporteros de a pie, sin reflectores televisivos, que corren más riesgos que Gómez Leyva y merecen todo el apoyo.

¿Por qué un escenario tan delicado puede tomarse tan a la ligera por diversos “analistas”, cuya primera reacción, rayana en la miseria moral, es insinuar culpas de este crimen en Andrés Manuel López Obrador, sin evidencia alguna? Peor todavía: ¿por qué sustentan tan descabellada acusación en la conferencia de prensa matutina del presidente? 

El argumento es lamentable: “López Obrador critica periodistas en su conferencia de prensa y eso facilita que sean violentados”. Bajo esa misma lógica, ¿por qué fueron asesinados casi cien periodistas de 2000 a 2012, si no había conferencias matutinas presidenciales? Más aún: la costumbre de AMLO de hacer conferencias matutinas y criticar con dureza a sus adversarios data también de 2000 a 2005, cuando fue jefe de gobierno, que es un coto de poder enorme. ¿Por qué ningún periodista capitalino adverso a AMLO resultó herido durante su mandato local si sus críticas eran entonces tan abiertas y duras como lo son hoy, y se supone que esa es la causalidad principal de la violencia contra periodistas?

Fue en mayo de 2004 cuando un mito empezó a recorrer la mente de ciertas derechas mexicanas, y es el de que “AMLO es un peligro para la prensa”. El sustento de esa premisa era risible: ocurrió porque  López Obrador en una conferencia señaló a un caricaturista del diario Reforma como “el monero de la derecha”. Los augurios fueron desternillantes, y el peor de todos fue el de Jaime Sánchez Susarrey, un golpeador de Televisión Azteca que escribió un panfleto en donde especuló que si AMLO llegaba a la presidencia, iniciaría una persecución fiscal contra el susodicho caricaturista y lo metería a la cárcel porque “no tolera sus cartones”. Cosa que, obviamente, jamás ocurrió, salvo en las fantasías del acusador.

Desde entonces la fiebre ha crecido. A pesar de que tanto en esas fechas como ahora López Obrador jamás ha censurado a absolutamente a nadie, ni ningún reportero, comentarista, ideólogo o presentador de noticias ha padecido algún riesgo laboral, o ya no digamos físico, a instancias del hoy presidente de la república. La contraparte no ha sido justa: muchos comentócratas, periodistas o voces públicas han hecho escarnio ilegítimo y acusaciones flagrantemente falsas contra él.

La llegada del tabasqueño al poder en 2018 debió ser un espacio en el que la sociedad e incluso sus opositores, por un mínimo de sensatez, enfocaran sus baterías en una demanda añeja: presionar a los poderes— no sólo el presidencial, sino también el estatal y el municipal— para garantizar seguridad a los trabajadores de la palabra ante su principal amenaza: el crimen organizado.

En vez de eso, han explotado una vulgata lamentable: imaginar una relación de causa y efecto entre las conferencias matutinas de AMLO —a las que catalogan como ejecutoras de “todo el poder del Estado”— y la violencia contra periodistas: eso no sólo es una mentira, pues en un país donde hasta hace poco los presidentes usaban el poder estatal de una presión telefónica para correr a periodistas de sus espacios (como hizo el impresentable porro calderonista Javier Lozano contra Carmen Aristegui), azuzar con que una conferencia de prensa es “todo el poder del Estado” es ridículo. Y una falta de respeto a los periodistas que sí la han padecido y les costó la vida no hace mucho tiempo.

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